“Un yogur cada día es salud-salud. Te alimenta con ganas de vivir”. Así dice un jingle que desde los años 80 usa la empresa La Serenísima, la más grande en la industria láctea argentina, cuya división yogures, quesos y postres está hoy en manos de la poderosa multinacional Danone. El jingle es pegadizo, no solo por la música que se prende como un abrojo sino por su contenido, que hace pensar que si no ingerís alguno de sus productos –un Actimel, un Activia, un Yogurísimo- estarás en la vereda exactamente opuesta a la que te sugiere el comercial: enfermo-enfermo.
Pero, ¿un yogur de hoy es salud-salud?
Entre la distancia social y el silencio impuesto por los barbijos, el supermercado parece un templo: un viejo edificio industrial reconvertido en auténtico centro comercial de lo ultraprocesado.
Voy directo hacia lo que vine a buscar. En la planta superior hay ocho góndolas refrigeradas destinadas a productos lácteos y la mitad de ellas son para yogures. No hay ni el más mínimo desabastecimiento debido a la pandemia. A mediados del siglo pasado los lácteos fueron ungidos grupo alimentario propio. A partir de entonces, acompañando una productividad láctea cada vez más intensa, se volvieron obligatorios en la alimentación, con un mínimo de tres porciones diarias. En un país puede faltar de todo, pero si faltan lácteos el asunto es serio. Acá los lácteos sobran.
No todos son iguales, cada heladera tiene un público diferente y una organización estructurada para cada uno de ellos. Todas, sin embargo, son capaces de incitar nuestros centros de recompensa cerebrales a medida de que las recorremos de punta a punta. Frutillas, cremas, confites: las imágenes hacen agua la boca.
Cuento veinte pasos de un extremo al otro de una heladera: son francamente enormes. No puedo dejar de imaginar a un niño saltando junto al carrito que empuja su madre –una situación hoy prácticamente prohibida- mientras un mundo imaginario de colores y sabores se abre delante suyo.
El día es frío y todavía temprano, la gente camina lento en este mundo lustroso, bien iluminado, lleno de envases con animalitos y cereales francamente psicodélicos. Son las madres parece quienes deben ponerse en la cabeza de sus hijos, elegir.
Para las más inseguras están los yogures destinados a bebés. Primeros sabores de Sancor: leche y azúcar y aditivos. Nada muy distinto al Yogurísimo de Danone para niños ¿de seis? ¿ocho? ¿doce? O el Activia que recomiendan para el estreñimiento.
Sin embargo el frente de los paquetes dice otra cosa: extra calcio, zinc, vitamina A, D, fibras, Omega 3.
Durante los últimos 50 años la industria láctea ha sabido perfeccionar un arte: destacar diferentes nutrientes intrínsecos o incorporados a sus productos, y venderlos de modo tal que parecieran estar haciendo, más que un negocio, una contribución a la inmunidad de la humanidad. Tan es así que el agregado de vitaminas y probióticos figura entre sus tareas de “sustentabilidad” y “responsabilidad empresarial”, como si de ese modo pudieran evadir esta realidad: en todos lo casos se trata de productos ultraprocesados con cantidades excesivas de azúcar o con edulcorantes y aditivos como estabilizantes, gelificantes, conservantes, colorantes, saborizantes y perfumes.
Los yogures pueden estar en envase blanco, verde o violeta. Ofrecer salud y, sin embacho, desnudar un universo de confites, cereales bañados de azúcar y pastillas de chocolate.
Cualquier inquietud encuentra en esta góndola su respuesta: divertirse, gozar, adelgazar, muscular, evacuar. Los productos que están marketineados para quienes buscan deshacerse del exceso de grasa corporal tienen denominaciones ontológicas, refieren a la existencia: .“Ser” (Danone),“Vida” (Sancor). “Ahora sin conservantes”, “sin jarabe de maíz de alta fructosa”, “con probióticos”, “multivitaminas para combatir virus y bacterias”.
En medio de la pandemia la estrategia de vender nutrientes se redobló y redobló también los beneficios. En tiempos de Covid-19 las personas se lanzaron a comprar productos lácteos en forma masiva. Solo en los primeros tres meses de pandemia Danone aumentó sus ventas mundiales un 3.7%. En dinero: 6,242 millones de euros.