Cultura petróleo

Cultura petróleo

por Fabián Mauricio Martínez G. especial para BOCADO
Fotografías: AdobeStock
Publicado el 5 mayo 2022

Son las diez y cuarenta y cinco de la noche. Silencio mi celular, apago la luz y me duermo acariciándole la panza a mi perro. Sueño que camino por la playa. El mar apesta a petróleo. Sobre la arena veo cadáveres de pelícanos, garzas, gaviotas, halcones, tortugas y peces: el mar oscuro los escupe sobre la tierra muerta. Miro mis manos y están aceitosas y negras hasta las uñas. Toco mi cabeza y descubro que chorreo crudo por mi mandíbula. La boca me sabe a gasolina. Alguien a mi lado arroja una colilla encendida sobre la piel del agua: el océano se convierte en un huracán de fuego que devora al mundo.

Me despierto, todavía no son las seis de la mañana. Tomo mi celular, repaso las noticias sobre el reciente derrame de crudo en Perú. He estado siguiendo esas noticias en los últimos días. Once mil barriles vertidos en el litoral de la provincia del Callao. Catástrofe ambiental para el ecosistema marino, innumerables peces y aves muertas; tragedia económica y humana para los pescadores artesanales de Bahía Blanca en el distrito de Ventanilla. La responsable: la multinacional energética petroquímica Repsol. Empresa española que ocupó el puesto No. 46 entre las 100 que generaron al menos el 70% de las emisiones industriales contaminantes entre los años 1988 y 2015, según el estudio Carbon Majors Report, publicado en 2017. El puesto número 46 en ese top 100 de empresas multimillonarias responsables del cambio climático durante casi 30 años.

fotos: Fabián Mauricio Martínez G.

Voy al baño y me lavo los dientes. Mi  cepillo tiene cerdas planas, es suave con mis encías pero es capaz de remover la inmundicia más enquistada entre los dientes. Mi cepillo es de plástico, lo cambio cada dos meses, lo que significa que desecho seis cepillos de plástico al año. Recuerdo un dato aterrador que leí hace poco en un informe de la ONU. Venía en forma de pregunta: “¿Qué tienen en común el punto más profundo del océano, la fosa de las Marianas, y el pico más alto del mundo, el monte Everest? A pesar de figurar entre los entornos más remotos e inaccesibles del planeta, ambos contienen diminutos trozos de plástico originados a kilómetros de distancia procedentes de las actividades humanas”. Una de ellas es lavarse la boca al menos tres veces al día con un cepillo plástico.

Me visto con una pantaloneta para trotar, escojo la que tiene el interior licrado para mayor comodidad de mis pelotas. Salgo de casa y corro cinco kilómetros. Los hago en 33 minutos. Hace rato no soy capaz de hacerlos en menos de media hora. Me siento una morsa y le echo la culpa a los automóviles que expulsan sus gases que respiro en mi ruta. Malditos combustibles de mierda -digo-. Tanta toxicidad no permite que yo tenga una mejor performance. Observo el cielo gris cargado de smog y gases de efecto invernadero. Alguien a mi lado tose con escándalo. Escucho las bocinas de los autos atrapados en un trancón cercano. 

Regreso a casa. Tomo agua del purificador que tengo en la cocina. Miro en mi celular las noticias y me entero que el fondo del mar de Ventanilla está repleto de petróleo. La tragedia se agrava. El mundo está ahogándose en petróleo y seguimos como si nada. Claro, las ganancias de ese negocio son multimillonarias y aseguran confort aunque sea artificial y en detrimento de todos los seres que vivimos en este planeta. Nadie quiere mirar esos detalles, la riqueza  y el confort por encima de todo. Solo en el año 2020, según el Fondo Monetario Internacional, la industria de los combustibles fósiles recibió alrededor de 6 billones de dólares en subvenciones. Esto significa que los gobiernos del mundo gastan muchísimo dinero en subsidios y ayudas públicas a los combustibles fósiles, casi el triple de lo que invierten en la transición a energías limpias. Estos dineros, financiados por los gobiernos con platas públicas, le entregaron a la industria de combustibles fósiles -cada minuto de cada día de cada semana de 2020- 11 millones de dólares (también durante cada minuto en los que dormíamos y soñábamos con el fin del mundo).

Me saco las zapatillas del running, arrojo la pantaloneta licrada en el cesto plástico de la ropa sucia, pongo un CD de Juan Gabriel en el reproductor de audio que tengo emplazado en el baño. Bailo y canto en la ducha. Estoy frente al abarrotado Palacio de Bellas Artes con un traje de lentejuelas doradas. Termino mi presentación. Descorro la cortina transparente. Fuera del baño mi perro me recibe batiendo su cola con frenesí. Acaricio su barriga. Me aplico desodorante rico en fragancia de pinos. Me visto con camiseta de algodón y una chaqueta de cuerina, quiero protegerme del helaje bogotano. Me calzo unas botas con agujetas sintéticas. Pongo a hacer café en la prensa de vidrio con base plástica. Me preparo para la entrevista del día. Repaso las preguntas que voy a hacer. Le sirvo una buena porción de alimento a Maxi, mi perrito dorado. Desayuna con fruición. Se ve feliz mientras come.

Inicio la sesión de Zoom programada con Fernando Torres, Ingeniero de Petróleos. Me cuenta sobre la historia del petróleo, sobre los grados API que sirven para medir la calidad del crudo en relación a su gravedad específica y densidad (cuantos más grados API tenga será de mayor calidad, y sus productos más refinados y costosos). El ingeniero Torres me cuenta también acerca de las condiciones geológicas -temperatura y presión- y de depositación de material orgánico en algunas áreas. Esta mezcla de factores hacen que el mejor petróleo se dé en ciertos territorios como Kuwait, Irak, Arabia Saudita y Venezuela. Recuerdo la Guerra del Golfo a principios de los noventa. La invasión de Irak a Kuwait, la intervención de Estados Unidos, la derrota y el retiro de las tropas iraquíes no sin antes incendiar los pozos de petróleo de Kuwait. Recuerdo, años más tarde, la Guerra de Irak, la invasión de Estados Unidos, la caída de Bagdad y el derrocamiento de Sadam Hussein. Todo ese culebrón de más de dos décadas, con tantos muertos y sobrevivientes traumatizados, ocasionado por el petróleo, le digo al Ingeniero. Él me contesta: “No por cualquiera, el mejor petróleo del mundo”.

Le planteo entonces lo del derrame en el Perú, lo de lo tóxicos que son los gases provenientes de los combustibles, lo de las millonarias ganancias que recibe la industria, lo de la indolencia generalizada con el medio ambiente y el bienestar humano y animal. Él me escucha con atención y me explica que de un barril de petróleo sólo alrededor del 56% se emplea para hacer gasolina y diesel, es decir sólo el 56% acaba como generador de energía de autos, aviones y demás máquinas. Me dice que el 44% restante (casi la mitad) se utiliza en la industria petroquímica y los derivados del petróleo. Y eso a qué viene, le pregunto.

El ingeniero Torres me pide que le cuente mi día. Son las nueve y media de la mañana. No hay mucho que contar, es muy temprano. Él insiste. Le cuento lo que he hecho. Él me explica que mi cepillo de dientes, por ejemplo, al igual que mi pantaloneta licrada, mis tenis para correr hechos con tejido de nailon y taloneras son materiales plásticos, es decir, polímeros artificiales sintetizados de derivados del petróleo. El ingeniero sigue: la carcasa de mi teléfono celular, el cesto de la ropa sucia, la cafetera que mantiene el café caliente, el CD con el que canto y bailo Juan Gabriel, la cortina de la ducha hecha con polipropileno y el desodorante que previene el mal olor de mis sobacos contiene cyclomethicone. Todos estos artículos provienen de derivados del petróleo. El ingeniero señala lo que llevo puesto: la chaqueta de cuerina, las botas con agujetas sintéticas y el chicle que masco frente a la pantalla del computador también son productos petroquímicos. Sacudo la cabeza con incredulidad: mi vida está sumergida en petróleo.

“Incluso la comida que le pusiste a tu perro tiene glicerol y propilenglicol, dos sustancias derivadas del petróleo que aseguran que eso que le gusta tanto a tu perrito se mantenga fresco y con buen grado de humedad”, me dice el ingeniero, quien continúa con el rosario de productos provenientes del mar negro de mis pesadillas nocturnas. Los colorantes como la tartracina, conocida como E102 o Yellow 5, está presente en los snacks amarillos como los doritos o los cheetos. La tartracina puede producir hiperactividad infantil. El Red 3 o erythrosina se utiliza para agregarle color a las gomitas azucaradas rojas y puede estar asociado al cáncer de tiroides, al igual que el Red 40 que se le echa a algunas papas Pringles y a los chocolates M&M. La cera de parafina, derivada del petróleo, la tienen algunos chocolates y chocolatinas; y el aceite de soja hidrogenado con TBHQ está presente en los nuggets de pollo, galletas de soda y algunas pizzas precocinadas.

Le digo al ingeniero Torres, en tono defensivo, que todo eso que mencionó es comida chatarra y afortunadamente no la consumo. Que es muy importante el etiquetado frontal en todas las cajas y paquetes para saber qué estamos comiendo. Que es impresionante la cantidad de basura que comemos desde niños. Que yo comía doritos y cheetos como si no hubiera mañana. Que fui adicto a esa comida de paquete por años, pero que afortunadamente ya no la como más. Que yo solo consumo productos comprados en la plaza de mercado, provenientes del campo. Que como tomates chonto, cherry y uvalina; zanahorias chantenay, danvers o nantes; cebollas moradas, largas u ocañeras; plátanos maduros y verdes, papas sabanera, criolla y pastusa, habichuelas, pimentones, fresas, feijoas, mandarinas, duraznos, ciruelas y un largo etcétera de origen natural.

El ingeniero Torres sonríe y me explica que la industria del agro de donde provienen la mayoría de los productos de la plaza emplea fertilizantes y pesticidas derivados de petroquímicos. Estos fertilizantes y pesticidas al recibir dinero de los gobiernos que los subvencionan, tienen un precio más económico para los agricultores y por eso se venden más fácil. Y eso si solo hablamos de las técnicas de cultivo y siembra, porque si se tienen en cuenta los motores de las máquinas cosechadoras, los motores de los tractores y de los camiones que sacan el producto del campo a las plazas de mercado (solo en el mercado local, sin tener en cuenta las importaciones y exportaciones en este mundo globalizado) el petróleo empapa toda la cadena productiva y de consumo que va desde la siembra de semillas del tomate, por ejemplo, su cultivo y cosecha, hasta que llegan a la mesa cortados en julianas, aderezados con limón, sal y aceite de oliva en una jugosa y nutritiva ensalada. 

El ingeniero se despide y me desea suerte. Cierro la sesión, apago mi portátil. Me percato de que mi laptop, sus teclas con las que escribo este texto, sus esquinas y marcos negros están hechos de algún derivado plástico, es decir, de petróleo. Tomo agua del purificador de tecnología coreana y noto que el envase, así como la tapa y otras piezas son derivadas del petróleo. Tomo una manzana roja del frutero, la muerdo y pienso en las sustancias petroquímicas que la aislaron de insectos, hongos, y bacterias. La manzana roja creció cubierta por una cápsula hecha de pesticidas sintéticos. Del otro lado, esos insectos, hongos y bacterias se fueron adaptando hasta salir más fortalecidos. Por ende, estas sustancias petroquímicas cada día deben ser mucho más fuertes (tóxicas y venenosas). A eso se agregan los fertilizantes cuya misión es enriquecer de manera sintética a los suelos empobrecidos por la sobreexplotación de cultivos, con el fin de asegurar que esas tierras yermas sigan ocupándose de la alta producción de alimentos que demanda la economía de escala. ¿Cuál es el precio real de esta manzana que ahora llevo a mi boca? ¿Qué estoy comiendo? Si el Monte Everest y el Foso de las Marianas contienen diminutos trozos de plástico, ¿cómo estará mi hígado, mis pulmones y mis tripas?

Mi perro me mira de reojo con esa mirada que entiendo. Esa mirada que traduce: paseo por el parque. Salimos a la calle. Está lloviznando y le pongo un impermeable plástico que proviene del petróleo. Me cubro con un paraguas cuya tela elástica deriva del petróleo. Caminamos bajo árboles urapanes y eucaliptos color lavanda. El canto de los pájaros es engullido por el sonido de las ambulancias. El cielo sigue cargado de gases de efecto invernadero. La luz es gris. El perro corre alrededor mío. Le arrojo su pelota amarilla derivada de algún componente petroquímico. Corre. Atrapa la pelota, a veces en el aire, a veces arrastrada sobre el césped. Me la trae. Se la vuelvo a arrojar. Así pasan cuarenta minutos en los que la industria de los combustibles fósiles ha ganado 440 millones de dólares.

Yo mismo he contribuido con la compra de la pelota de mi perro. Con el impermeable, la sombrilla, mi chaqueta, mis botas, la prensa del café, mi colección de CDs y cientos de cosas más que no logro enumerar. 440 millones de dólares en cuarenta minutos. A pesar de que en la Cumbre Climática de Glasgow, el pasado noviembre, 25 países se comprometieron a cortar las subvenciones al sector fósil y priorizar la transición a energías limpias, entre ellos Canadá, Reino Unido y Estados Unidos; con la Guerra en Ucrania, las sanciones y vetos a importaciones de combustibles rusos, se han elevado los precios del petróleo y esto ha llevado a los gobiernos a recurrir a exenciones fiscales, límites de precios y otras medidas para ayudar a los consumidores a hacer frente a la enorme subida de los precios”.

Regreso a casa arrastrando mis botas. Paso por una farmacia para comprar condones. Si bien el látex es una sustancia que se extrae del árbol de caucho, también puede ser obtenido sintéticamente de la polimerización de derivados del petróleo. En ninguna de las cajas de las marcas disponibles se encuentra la aclaración del origen del látex. Compro los que suelo comprar. Espero que no deriven del petróleo. Dios Santo. Qué pensará mi novia cuando le cuente todo esto. Llego a casa. Preparo el equipaje. Hemos planeado pasar unos días en la montaña. Mi novia, mi perro y yo. 

 Empaco algunas cosas para hacer un par de cenas, desayunos y almuerzos. Verduras, huevos, chocolates, espaguetis, aceite, frutas, nueces, latas de atún. Cargo todo en el baúl del carro que utiliza gasolina para que funcione el motor. Demoro cuarenta y cinco minutos en llegar al apartamento de mi novia que queda a veinte calles del mío. El tráfico de Bogotá está imposible. Lleva años siendo imposible pero se hizo peor con la pandemia. Mucha gente temerosa del contagio en el transporte público compró un carro. Más gasolina. Más combustión. Más contaminación. Más dinero para la industria del petróleo. Más.

Recojo a mi novia. Tiene el pelo suelo y los labios pintados de rojo. Está radiante. Preciosa. Siento alivio al salir de la ciudad y su imperio de combustibles fósiles. Alexa sonríe, canta alguna canción del CD de George Harrison que acaba de poner. Se ve hermosa con el viento frío alborotándole el pelo, con los potreros verdes pasándole detrás de la cabeza, con las gafas negras de marco grueso plástico. Mi perro va en el asiento de atrás con la lengua afuera. Me siento un poco mejor. En la frescura del campo encontraré algo de paz. En los deliciosos labios de Alexa. En esos labios rojos pintados con derivados del petróleo: MOSH y MOAH, hidrocarburos saturados y aromáticos de aceites minerales. 

***

Los juegos del hambre

Corporaciones de comestibles y actores del agronegocio digitan campañas gubernamentales de lucha contra la pobreza. Bajo esa bandera testean nuevas formulaciones que terminan siendo productos ultraprocesados en góndolas de supermercado. Hoy se experimenta en Argentina lo que, con estrategia casi idéntica, se ha probado -y prueba- en Colombia, Panamá, Bolivia, Ecuador, México y Centroamérica.

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La grasa de las capitales

¿Qué son las grasas trans? Un componente que está en muchos productos, en todos lados. Algo que la industria utiliza. Algo sobre lo que sabemos poco: desinformación dirigida adrede por la industria para seguir jugando su juego sin que los consumidores lo sepan. Queremos que sepas más: desde bocado te traemos las voces de tres expertos para entender, pensar, actuar.

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Cuidado, lobby suelto

Se reunén con periodistas solo bajo estricta confidencialidad y producen material para “educar” a sus empleados. Mientras actúan en la sombra, se expresan públicamente a través de sus sociedades y cámaras de negocio. Las marcas detrás de las cosas que amamos comer y beber, tienen hace meses un único objetivo: evitar a toda costa que en Argentina se sancione la ley de etiquetado frontal de alimentos.

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Impuestos a las bebidas azucaradas: las tres victorias

Por: Redacción Bocado

El 4 de marzo de cada año se celebra el Día Mundial de la Obesidad. Sin embargo, lejos está de ser una celebración despreocupada como Pascuas o Navidad. En el año 2016 se estimó que el 62,5% de los adultos en las Américas sufrían de sobrepeso u obesidad. En la escena del crimen tenemos un culpable – las grandes empresas- y un arma -sus productos ultraprocesados-. 

La Organización Panamericana de la Salud (OPS), presentó pocos días atrás la publicación de una nueva investigación acerca de los llamados impuestos saludables, una nueva medida para desincentivar el consumo de productos que no siempre pueden ser calificados como alimentos.

Uno de los impuestos actualmente en discusión apunta a las bebidas azucaradas, por reconocerlas un gran enemigo de la salud pública. Ello porque sus cantidades de azúcares agregadas son altamente riesgosas, aunque eso no ha generado que su consumo disminuya. Solo aumenta. Se registró un crecimiento del 48% entre el año 2000 y el año 2013 en América Latina.

Según el Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria (IECS) casi el 19% de todas las muertes en el continente se deben a una alimentación inadecuada. Estos datos son alarmantes, pero no sorprendentes, sobre todo si se considera que, de acuerdo con lo compartido por la OPS, la región de las Américas ostenta el consumo diario de bebidas azucaradas más alto del mundo. En zonas como el Caribe, lo consumido llega incluso a ser de hasta 1,9 porciones de 8 onzas por adulto cuando el nivel mundial recomendable está establecido en 0,5 onzas.

Lo que nos llega como supuesta comida es aberrante, explican expertos en alimentación. Enrique Jacoby, asesor sobre Nutrición y Actividad Física de la OMS, afirman que “Estos productos no están diseñados para satisfacer las necesidades nutricionales de las personas. Están diseñados para que se conserven por mucho tiempo en los estantes y generan deseos incontrolados de consumo que llegan a dominar los mecanismos innatos de control del apetito y hasta el deseo racional de dejar de comer. Por eso resultan doblemente perjudiciales: son casi adictivos y eso lleva aumentar el sobrepeso y la obesidad al tiempo que sustituyen los alimentos frescos, que son la base de una dieta natural rica en nutrientes”

La obesidad adulta e infantil es grave hasta puntos que jamás imaginamos. Durante el lanzamiento de los resultados de la investigación, la Doctora Lisa Powell expuso en una de las diapositivas una información sumamente importante. Si bien siempre hablamos de que la obesidad deviene en menor utilidad, provocando una desigualdad en sectores como la salud y el bienestar, es sorprendente que hasta en lugares recónditos la diferencia aparece. Los adultos obesos, por ejemplo, tienen la tendencia a gozar de menores salarios, mientras que los niños con obesidad usualmente obtienen resultados bajos en sus exámenes, padeciendo de adquirir sus habilidades de manera más lenta.

Ante este presente de obesidad, ultraprocesados y daños a la salud, sigue la búsqueda de soluciones. Y en ese sentido, la OPS propone impuestos sobre las bebidas azucaradas porque, al incrementar significativamente el precio del producto,  el consumidor podría elegir comprar botellas de agua, más saludables y económicas.
Considera la OPS que no es solo el consumidor promedio se beneficiaría. Con ese valor agregado se generaría un ingreso extra que podría utilizarse, por ejemplo, como subsidio de la infraestructura de agua potable; subsidio de frutas y hortalizas para los grupos de ingresos bajos; subsidio de comidas saludables en las escuelas y otras medidas con objetivos similares.
Se obtendría una triple victoria (win-win-win, como lo llaman en inglés). Reducir el consumo de productos no saludables, beneficiando así a la salud; generar ingresos al Estado; y a largo plazo reducir costos de atención médica.

¿Por qué tanto interés en las bebidas azucaradas? Porque son también una de las causas de las ENT (enfermedades no transmisibles), tales como las enfermedades cardiovasculares, el cáncer o la diabetes. Enfermedades que cada año causan la muerte de  41 millones de personas, lo cual representa un 71% de la mortalidad mundial. Evidencia científica publicada recientemente afirma incluso que las personas con enfermedades no transmisibles tienen un mayor riesgo de sufrimiento de complicaciones graves si se contagian de COVID-19. Y en casos de otros productos dañinos para la salud como el tabaco o el alcohol, los impuestos han demostrado ser de las intervenciones más rentables y factibles para la prevención de las ENT, por lo que podríamos pensar que aplicarlo a las bebidas azucaradas nos llevaría a resultados similares.

Un punto polémico es qué tipo de impuesto aplicar según el contexto. La OPS realizó un extenso análisis de los tipos de impuesto existentes que podrían servir y como conclusión recomienda un impuesto del 20% a las bebidas azucaradas para así generar un impacto significativo en el precio. Un impuesto del 24% podría generar una reducción en ventas del 34%, apuntó la doctora Powell.

Sin embargo, la Doctora Arantxa Colchero añadió que el impuesto no es suficiente. Se necesita complementar con otras medidas como el rotulado frontal de alimentos o la restricción de alimentos ultraprocesados en escuelas, todo un paquete de “des-incentivos” de productos chatarra (además de incentivar el consumo de alimentos saludables). 

Pero hay un gran escollo: la industria. Durante años ha priorizado sus rendimientos económicos y ha utilizado excusas como que los impuestos harían perder fuentes de trabajo. Consciente de esa estrategia, la OPS -autoridad internacional en materia de salud- incluye en su propuesta soluciones como impuestos calculados por países y el ejemplo de México, donde el modelo ya fue probado sin que se tradujera en pérdidas reales de trabajos.

Ya se ha probado que las bebidas azucaradas causan enfermedades no transmisibles, de obesidad y de sobrepeso, ¿les llegará un límite?

La ciencia expone a los ultraprocesados

Por: Redacción Bocado

Los productos ultraprocesados representan en países como México, Canadá y Estados Unidos entre el 25% y el 60% de la ingesta energética total de cada individuo. Aunque la industria se encarga de ocultar cierto tipo de información, día a día son publicadas investigaciones científicas que prueban el perjuicio que significa su consumo, tan grave que aumenta los riesgos de muerte

“México está sufriendo el mayor deterioro de sus hábitos alimenticios que se ha presentado en toda su historia”. Así comenzaba el miércoles 3 de febrero un evento online realizado por la organización El Poder del Consumidor y dedicado a la exposición de tres investigaciones científicas acerca del consumo de ultraprocesados.

Joaquín Marrón Ponce, del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública de México, expuso las tendencias de consumo en algunos países de América Latina con datos sorprendentes. Por ejemplo, que en 2013 en México eran vendidos anualmente 214kg de ultraprocesados per cápita y el segundo país de mayores ventas fue Chile con 201.9kg.

Marrón Ponce también mostró que Chile, Brasil, Colombia y México el 80% de la población ingiere más azúcares añadidos que el límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En el mismo evento, la doctora Maira Bes-Rastrollo expuso la investigación titulada “Mortalidad asociada al consumo de ultraprocesados en la cohorte SUN”. El proyecto SUN (Seguimiento Universidad Navarra), que comenzó a finales del 1999, consiste en un registro del estilo de vida y la actividad física a más de 19.000 individuos considerando las variables sociodemográficas.

Según los resultados, el 30% de los ultraprocesados consumidos son carnes procesadas y bebidas azucaradas. Un dato preocupante que el estudio reveló es que a partir del tercer año de seguimiento la incidencia de mortalidad crece para el 50% de la población que más ultraprocesados consume, y solo va acrecentándose con el tiempo.

Por último, uno de los datos más inauditos que explicó la doctora Bes-Rastrollo fue que “A partir de 5 raciones al día de consumo de estos productos se observa un riesgo significativo de muerte. Si esta ingesta se duplica aumenta el riesgo en 18%”. La investigación indicó que existía un incremento del riesgo de mortalidad de hasta un 62% para quienes consumían más de cuatro raciones de ultraprocesados por día en comparación a quienes consumían menos de dos.

Otra de las ponentes, la doctora Hyunju Kim, de la Universidad Johns Hopkins, evaluó la situación de más de 11.000 personas mayores de 20 años mediante cuestionarios. Una conclusión importante es que los adultos con mayor riesgo de mortalidad son aquellos con un alto nivel de consumo de ultraprocesados, aunque no padezcan  enfermedades crónicas.

Otra conclusión alarmante fue la arrojada al dividir a los 11.000 individuos en cuatro grupos dependiendo de su consumo: los que estaban catalogados en el grupo de más alto de consumo de ultraprocesados poseían un 31% de riesgo de muerte más alto.

Además de lo expuesto en el foro, existen artículos de divulgación científica que exponen los deterioros que estos productos causan.

Publicado en el International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity, una investigación llevada a cabo mediante cuestionarios en un grupo de más de 91.000 participantes de la población estadounidense concluyó que: “El alto consumo de alimentos ultraprocesados se asocia con mayores riesgos de mortalidad por enfermedades cardiovasculares y cardíacas. Estas asociaciones dañinas pueden ser más pronunciadas en las mujeres”.

Otro artículo, centrado en fumadores, es “Ultra-Processed Food Intake (UPF) and Smoking Interact in Relation with Colorectal Adenomas”, que estudia la relación entre la ingesta de ultraprocesados y el consumo de cigarrillos: “Entre los fumadores, la alta ingesta de ultraprocesados se asocia de forma fuerte e independiente con adenomas colorrectal, especialmente para el adenoma avanzado y proximal.” Es decir, en población fumadora se establece una asociación entre tumores benignos y alto consumo de ultraprocesados.

Carlos Monteiro, profesor de la Universidad de Sao Paulo y Miembro del Grupo Asesor de Especialistas en Recomendaciones de Nutrición de la OMS, por medio de su cuenta en Twitter compartió numerosos artículos científicos sobre estos temas: “¡La afirmación que oí muchas veces que indica que los problemas de salud causados por los ultraprocesados eran solamente una hipótesis convincente necesita una urgente revisión!”


Etiquetado en Brasil: un manual de lobby

¿Puede la cría de vacas ser todo lo contrario a lo que viene siendo? ¿Pueden las manadas volver fertiles los suelos, salvar el clima, ser sinónimo de alimento que no sea cruel ni violento? La ganadería regenrativa asegura que sí. Que aunque escasa –porque no hay tantas praderas como carnívoros- y cara e inevitablemente entonces excluyente hay ahí una oportunidad para no dejar el asado.

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