Pan de muertos

Trigo: emblema alimentario. Harina que hace el pan o los fideos que tantos comen sin muchas más alternativas para alimentarse. También ingrediente colado, insertado discretamente en la mayoría de los productos ultraprocesados que incluye la dieta de supermercado. Sin dudas el cereal más consumido que, a su forma santa o adictiva, le agrega ahora una tercera versión: la transgénica HB4.
Argentina abrió sus puertas a un nuevo experimento a cielo abierto que, de aprobarse también en Brasil, llegará luego a nuestras mesas. Un experimento con financiación pública pero puras ganancias para los mismos de siempre.

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Salir de la caverna

Salir de la caverna

por Redacción Bocado México
Publicado el 18 noviembre 2020

Hace unas semana Mexico, que logró la mejor ley de etiquetado que existe hasta ahora y empezó a ver en las góndolas qué significa tener los productos marcados de una forma clara, veraz y de rápida interpretación. Comestibles chatarra que no parecerán inocuos nunca más, otros que se ofrecen como saludables muestran tener tres sellos, y hasta los cotidianos como el café, cuatro. Una recorrida fotográfica para ver, admirar y copiar.

Antes del etiquetado frontal, México intentó varias veces disuadir sobre el consumo de comida chatarra. En 2014 prohibió la venta de esos productos en escuelas y también aprobó más impuestos sobre bebidas azucaradas, pero al parecer ninguna medida había sido suficientemente fuerte. Ahora nadie puede ignorar los octágonos negros.

Desde el 2014 existe en México una ley que prohíbe la venta de comida chatarra en las escuelas de todos los niveles de educación básica (Ley General de Salud), solía ser frecuente encontrar golosinas, papas fritas, bebidas azucaradas. Siempre hay alguna tiendita — kiosco — enfrente, al lado o cerca. También personas que instalaban una mesa temporal y autos estacionados que se transforman en pequeños negocios sobre ruedas. Refrescos y comida chatarra es lo que ofrecen: hoy todos esos productos están marcados, algunos con la leyenda “evitar su consumo en niños”.

Exceso de azúcares, exceso de sodio, exceso de calorías son algunas de las leyendas del etiquetado frontal en México. Cuando el producto es pequeño, como un chocolate o un paquete de chicles, igualmente lleva un pequeño octágono que dice 2 sellos, 3 sellos o lo que corresponda.

México es el mayor consumidor de refrescos y bebidas azucaradas del mundo. Un promedio de 150 litros por persona al año mientras en Estados Unidos el promedio es de 100 litros y en el resto del mundo ronda los 25 litros, según datos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (Conacyt, 2019). Y en Chiapas, un estado que tiene al 76% de su población en la pobreza y sufriendo falta de agua, el consumo de refrescos es 32 veces mayor al promedio mundial. Chiapas es la región donde se bebe más Coca-Cola en todo el mundo.

El etiquetado frontal obligatorio comenzó a regir en México el 1 de octubre de 2020. Aunque en su aprobación influyó el contexto de la pandemia, en la cual el país ha sufrido estragos por sus elevados índices de diabetes, obesidad y sobrepeso, no es una medida apresurada. Expertos y organizaciones no gubernamentales emprendieron esa pelea desde hace más de una década.

Cuando empezó a regir el etiquetado mexicano, la Organización Mundial de la Salud lo halagó “por estar por encima de los intereses comerciales”. Las grandes empresas de la industria alimenticia, en cambio, se mostraron reticentes. Y el primer día de vigencia, el 1 de octubre de 2020, al menos 30 grandes consorcios se ampararon, es decir presentaron recursos legales para evitar marcar sus productos. Ejemplos: Unilever, Coca-Cola, Hershey, Ferrero Rocher y otros.

El subsecretario de Salud de México, Hugo López Gatell, llamó a las gaseosas “veneno embotellado” y el escándalo se encendió. En el peor momento de la pandemia, el funcionario que también es impulsor del etiquetado, señaló directamente a los fabricantes de bebidas azucaradas. ¿Qué respondieron ellos? Denunciaron que el gobierno mexicano los “estigmatiza”.

En tiempos de pandemia por Covid19, México ha hecho explícita una estrategia que va más allá e la atención médica. El gobierno y la secretaría de Salud lanzaron el etiquetado frontal de alimentos mientras la secretaría de Educación Pública incorporó un materia obligatoria en la currícula de todo el nivel educativo: Vida saludable. 

China llegó

China llegó

por Fermín Koop Montevideo y Buenos Aires, 2020
Publicado el 13 octubre 2020

Con el 23 por ciento de la población mundial y solo el 7 por ciento de las tierras disponibles para producir sus alimentos, hambre de carne y cada vez más dinero, China zarpó con destino nosotros. Una neoconquista que seduce con dólares pero deja territorios destruidos y pueblos cada vez más pobres

Un laberinto de contenedores apilados. Contenedores de muchos colores, como formando un mosaico, sin que se pueda ver lo que transportan. Barcos tan altos que no permiten observar el río. Tripulaciones de todo el mundo hablando en diferentes idiomas. Olor a pescado que todo lo invade y llega hasta la cercana terminal de cruceros, donde están los turistas. Accesos controlados, seguridad y ojos que vigilan cada paso. Un terreno tan grande que para cubrirlo todo, hace falta recorrerlo en auto. El puerto de Montevideo, en Uruguay, está lleno de sorpresas.

Porque este país pequeño, con menos de cuatro millones de habitantes, tiene un puerto que podría compararse al Port Royal, de Jamaica, en tiempos de piratas. Porque el puerto de Montevideo es hoy considerado el segundo a nivel mundial en transbordo de pescados sospechados de haber sido obtenidos de manera ilegal. 

Son toneladas de peces y mariscos, pero también miles de kilos de cocaína e incluso tripulantes muertos. Los datos, que suenan a una película de piratas, a una gran producción de ficción estilo Hollywood, son en realidad información verídica y oficial revelada por el gobierno uruguayo. Mucho ocurre dentro de este puerto con más de 100 hectáreas y actividad que trabaja las 24 horas del día.

Aquí anclan cientos de barcos que pescan donde no deberían, en travesías ilegales buscando calamares, tiburones y otras especies amenazadas por la sobrepesca.

¿Cuáles son esos barcos que van recorriendo los mares de América Latina para pescar lo prohibido? Barcos chinos. 

Porque China -un país con más de mil millones de habitantes- tiene el doble del promedio mundial de consumo de pescado per cápita y ya agotó la mayoría de los recursos que había en su territorio. Entonces, para poder llenar sus platos, se acerca al Pacífico y al Atlántico con cientos de buques que aprovechan los abundantes recursos y la falta de control en las aguas latinoamericanas. No sólo usan el puerto uruguayo, también muchos otros de la región.

Pero la pesca es sólo una parte de esta historia. Con un apetito voraz, China llega hasta aquí en busca de todo tipo de alimentos para sus ciudadanos, que representan el 23% del total de la población mundial. Porque no alcanza a producir lo que necesita, con sólo un 14% de su territorio apto para la agricultura. Porque necesita dar de comer a su clase media en expansión, que además está cambiando de dieta y quiere cada vez más carnes.

Además de los cientos de barcos en busca de pescado ilegal, hay otras miles de naves chinas surcando nuestros mares de forma legal. Miles de embarcaciones cargadas con soja en todas sus formas, carne de vaca y de cerdo, frutas, verduras, vino y muchos otros productos que viajan en enormes contenedores de uno a otro extremo del mundo.

Es una pequeña lista de lo que va y viene regularmente, porque en las últimas dos décadas China se convirtió en el principal socio comercial de la mayoría de los países de la región.

“China busca lo mejor para su población pero acá hay alguien que le abre la puerta”, dice Ariel Slipak, economista y docente de la Universidad de Buenos Aires.

Es que mientras la potencia llega atraída por los abundantes recursos naturales y alimenticios, los gobiernos de la región ven en ella a un prestamista e inversor que desplazó a los ya conocidos Estados Unidos y Europa. Sin importar el signo político, todos los gobiernos se volvieron dependientes de China.

Y esta relación comercial no sólo implica negocios: también cambió nuestros modelos productivos. Permitió consolidar la visión agroalimentaria y extractivista que hoy caracteriza a nuestros países. Precios récord de alimentos, materias primas y una rentabilidad extraordinaria se combinaron con la re-primarización de la economía y conflictos ambientales y sociales, instalando una dinámica por lo menos asimétrica. Advierte Ariel Slipak: “China está externalizando a terceros países problemáticas ambientales y sociales. No les estamos exportando solamente soja y carne sino también agua y recursos naturales.”

Porque este país pequeño, con menos de cuatro millones de habitantes, tiene un puerto que podría compararse al Port Royal, de Jamaica, en tiempos de piratas

Seguridad alimentaria

China sabe que no puede alimentarse a sí misma. Lo buscó pero terminó resignando sus planes a la realidad. En 1996 tenía el objetivo de producir el 95% de todos los granos y legumbres que necesitaba, pero con su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001 y una relación comercial más abierta terminó replanteando sus metas, abriéndose al comercio internacional de alimentos. Hoy ese objetivo de 95% se convirtió en 80%, consciente de sus propias limitaciones.

“De a poco, China se empezó a proveer de una gran cantidad de productos agropecuarios a través del comercio internacional. Pasaron por diversos problemas de eficiencia, ambientales y de productividad”, explica Pablo Elverdin, coordinador de estrategia del Grupo de Países Productores del Sur (GPS). 

Es un país de grandes dimensiones como también de grandes problemas. Tiene sólo el 7% de la tierra cultivable a nivel global. Y de ese porcentaje menor, además, un tercio está contaminada por uso excesivo de agroquímicos.

Es un país de una muy baja productividad agropecuaria, con un promedio del 60% de mecanización cuando Europa y Estados Unidos rondan el 90%.

Es un país que padece falta de recursos hídricos para producir alimentos. La cantidad de agua disponible por persona por día es de menos de 2 litros y un cuarto de lo que tiene se va a la agricultura. 

Pero eso no es todo. Entre lo que sí puede producir, China también tiene problemas. Sobre todo enfermedades y plagas en sus animales y plantas. Un ejemplo, el reciente brote de peste porcina africana que les ha llevado a sacrificar a millones de cerdos desde 2019, con imágenes que despertaron indignación a nivel global. 

“La producción ganadera moderna a gran escala es ambientalmente intensiva, y China tiene un entorno vulnerable debido a su alta densidad de población, incluso en el entorno rural, porque las plantas de menor escala no tienen las instalaciones adecuadas para proteger a los animales de las enfermedades”, explica Holly Wang, investigadora en Purdue University en Estados Unidos. 

Condiciones que se transforman en problemas, y grandes escándalos de seguridad alimentaria también golpean al país. En 2015 se incautó carne vacuna congelada de contrabando ilegal, parte de la cual se descubrió que tenía más de 40 años guardada, en cantidades por valor de unos 483 millones de dólares. También se han detectado numerosos casos de uso en restaurantes de “aceite de alcantarilla”, es decir, aceite usado y reciclado ilegalmente. Escándalos tales que han afectadola confianza de los consumidores chinos en los productos alimenticios producidos en su propio país, por lo cual prefieren lo importado.

Y así, China se volvió dependiente de importaciones de alimentos, que pasaron de 14 mil millones de dólares en 2003 a 104.6 mil millones de dólares en 2017. Se multiplicaron 642 veces. Salió así a buscar insumos fuera porque su propia producción ya no es suficiente para alimentar a una población en crecimiento, con una clase media cada vez más grande, urbana y nuevos hábitos alimenticios.

La nueva China y su expansión

Entre las más de mil millones de personas que habitan China, el consumo de cereales, granos y legumbres ha comenzado a disminuir mientras que el consumo de carne, leche y otros productos alimenticios no básicos ha aumentado. En 1980, el 80% de la dieta estaba basada en cereales, con un 10% de consumo de carnes y un 10% de verduras y frutas. Pero hoy el escenario es muy diferente: sólo el 40% de la dieta son cereales, seguido por carne (30%) y frutas y verduras (30%). 

El caso de la soja es quizás el más relevante. De 2000 a 2018, las importaciones pasaron de 2.3 mil millones a 38 millones de dólares, convirtiéndolos  en el mayor importador de soja del mundo por un ámplio margen. Comprándole sobre todo a América Latina y por una razón que parece ilógica: China compra soja para poder comer carne.

Lo explica la experta Margeret Myers: “China tiene una cantidad limitada de tierra y una población en expansión. La clase media prefiere comer carne, especialmente de cerdo y de vaca. Ello disparó la demanda de soja, no para consumo directo sino para consumo animal, que China reconoce que no puede satisfacer a nivel doméstico”, dice la directora del programa de Asia y América Latina en el think-tank Diálogo Interamericano. 

Pero China no es solamente un comprador de alimentos de América Latina, es también un actor con mucha fuerza en toda la cadena agroalimentaria de la región. Aquí las empresas agropecuarias chinas están presentes desde hace más de dos décadas y de diversas formas, compitiendo mano a mano con las grandes norteamericanas y europeas, conocidas como ABCD (Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill y Louis Dreyfus Company), que venden todo el paquete para trabajar la tierra, desde la semilla hasta los pesticidas.

El gobierno del actual presidente chino Xi Xinping incentivó a las empresas de su país, muchas de propiedad estatal, a expandirse globalmente para  asegurar el suministro de soja (y otros productos agrícolas) y también mejorar su capacidad de controlar los precios de alimentos. Un plan de inversión conocido como “going out” o “going global”. 

El primer camino elegido respecto de la agroindustria latinoamericana fue la compra de tierras, tal como habían hecho previamente en África sin mayores problemas. Pero acá la mayoría de las compras terminó en fracaso. Las inversiones fueron rechazadas por organizaciones sociales y ambientalistas porque los proyectos violaban leyes sobre la titularidad de la tierra. Es incierto el monto de la tierra que han comprado inversores chinos, con estimaciones que van de entre 800,000 a 70,000 hectáreas. 

“China necesita expandir su capacidad de producción más allá de sus fronteras y elige hacerlo en América Latina y África”, dice Ignacio Bartesaghi, especialista de la Universidad Católica de Uruguay. “Mientras que en África se metió en las tierras, en América Latina está en toda la cadena de producción y comercialización con grandes empresas, muchas estatales.”

China hace numerosas compras e inversiones en semillas y en la industria agroquímica

El caso más representativo fue la compra de Nidera, una transnacional de agronegocios, y de Noble, un productor de soja latinoamericano, por la estatal china COFCO en 2014 y 2016 respectivamente

La compra no fue menor. Noble está presente en Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay en los sectores de la soja, el café, la caña de azúcar, el biodiésel y el algodón, con una infraestructura logística bastante desarrollada. Mientras que Nidera está principalmente en Argentina y Brasil con gran capacidad de almacenamiento y puertos propios para transportar granos, fertilizantes .. 

No es todo. China sigue comprando empresas de procesamiento como también de transporte, logística y marketing. Destacan los negocios de la estatal china CGC con empresas brasileñas y argentinas como Molino Cañuelas (soja) y las inversiones en la región por las empresas  Chongqing Grain Group, Sanhe y China National Heavy Machinery Corporation (infraestructura agrícola). También numerosas compras e inversiones en semillas y en la industria agroquímica, un mercado clave porque China produce el 40% del glifosato utilizado a nivel global. Fue clave en ese sentido la compra de Syngenta, una de las empresas agroquímicas más grandes del mundo, por la estatal ChemChina en 2017.

“Las empresas chinas están emergiendo en la cadena de suministro agroindustrial de América Latina como jugadores competitivos con las empresas multinacionales existentes”, dice la investigadora Holly Wang. “A ello se suma la inversión china en el transporte de productos agrícolas en la región, que reduce el costo comercial y vuelve a los productos más competitivos en el mercado mundial”.

No sólo están comprando nuestros alimentos, también nuestros recursos hídricos, nutrientes de los suelos y bosques nativos

La marca

Además de comprador, en América Latina también China se ha vuelto quien presta dinero. Su rol como fuente de préstamos y financiamiento se incrementó significativamente, totalizando 113 mil millones de dólares desde 2003 al presente. Los bancos chinos financiaron, por ejemplo, redes de autopistas y ferrocarriles en toda la región: los trenes Belgrano Cargas en Argentina; numerosos proyectos de maquinaria agrícola en Bolivia; hidrovías en el Amazonas hoy controladas por empresas chinas.

Y sus compras traen divisas pero también ejercen presiones sobre el territorio, abriendo la puerta a diversos conflictos sociales y ambientales. Porque no sólo están comprando nuestros alimentos, también nuestros recursos hídricos, nutrientes de los suelos y bosques nativos. Incluso, al producir aquí lo que necesita para consumir allá, China está generando mayores emisiones de gases de efecto invernadero en los países de la región. Contamina con las factorías aquí y con el traslado transatlántico.

Para Slipak, experto en las relaciones entre China y América Latina, la región tiene que permitirse discutir otro modelo de desarrollo, que no necesariamente significa el agronegocio. Porque ahora: “La industria no importa, todo pasa por ser los graneros o supermercados del mundo.” 

La soja es sin duda lo más importante para China y también uno de los puntos de mayor conflicto. Las compras a productores de nuestra región crecen sin parar desde 1996 y hoy representan un promedio de casi el 60% de todas las importaciones chinas de esa oleaginosa. Miles de toneladas de soja viajan por mares hacia el oriente. Y siete de cada diez kilos salieron de Brasil, en cantidades menores de Argentina y Uruguay. 

Se van barcos con granos, quedan problemas. En Brasil, la organización Trase reveló que las importaciones chinas de soja brasileña provocaron la deforestación de 223,000 hectáreas entre 2013 y 2017, equivalente a un área de dos veces el tamaño de la ciudad de Nueva York. Cientos de empresas participan en la cadena de producción de soja brasileña, pero solo seis concentran el 70% del volumen exportado desde la región de Matopiba: Agrex, Amaggi, LD Commodities, Multigrain, Cargill, Bunge y ADM. Es decir, multinacionales. Dinero que no queda en el país. Incluso entre los mayores exportadores de soja a China, con una participación del 7%, hay una empresa… ¡china! (COFCO) .

“La soja es el principal producto agropecuario que la región exporta a China, y por lo tanto existe casi una ‘dependencia mutua’ entre el país asiático y los países de Sudamérica”, dice María Eugenia Giraudo, investigadora en la Universidad de Durham en Inglaterra. “Una mayor presencia en la región permite incrementar la interdependencia entre ambos, y tener un mayor acceso a los recursos producidos en la región.” Es decir, una espiral que parece no tener fin: crece y crece.

Y por el mismo camino de la soja va la carne brasileña. Porque el 44% de la carne vacuna que compra China proviene de Brasil. Bifes, cortes y milanesas que salen sobre todo, en un 70%, de dos regiones, Amazonas y Cerrado, donde la expansión agropecuaria implica más y más deforestación. Se tiran árboles para poner vacas. Se pierde biodiversidad y aumentan las emisiones de gases de efecto invernadero.

En 2017, Brasil exportó 1.4 millones de toneladas de carne a diversos países. Carne que para producirse, según estimaciones de la ONG Trase, causó la deforestación de 65,000 a 75,000 hectáreas de bosques nativos, de las cuales 22,000 corresponden exclusivamente a envíos a China. Para que la población china pueda disfrutar platos con buenos bifes, Brasil sacrifica sus bosques. Y la mayor pérdida fue en la región del Amazonas, donde funcionan decenas de mataderos. 

Los problemas se repiten en otros países. En Argentina, organizaciones sociales y ambientales alertan por un proyecto de acuerdo comercial con China que duplicaría la producción de carne de cerdo. El plan es instalar 25 plantas productoras en el norte argentino para generar 900,000 toneladas de carne por año. Ello duplicaría las emisiones de gases de efecto invernadero del sector, demandaría 12,000 millones de litros de agua potable y sin dudas, igual que en Brasil, significa  la deforestación de bosques nativos. 

“La instalación de estas granjas de cerdos en las provincias que más deforestaron durante las últimas décadas generará aún más presión sobre los bosques, ya que aumentará significativamente la demanda de maíz y soja para alimentarlos”, alerta Hernán Giardini, experto en bosques e integrante de Greenpeace. “Va a contramano de las medidas necesarias para enfrentar la crisis sanitaria y climática.”

En 1980, el 80% de la dieta estaba basada en cereales. Pero hoy el escenario es muy diferente: las carnes son 30%

Al acecho

El agua es la otra frontera extractivista para China en América Latina, y una muy importante. Durante las últimas décadas, la actividad pesquera china se expandió a nivel global: su flota de barcos de aguas distantes pasó de 1,830 en el año 2012 a casi 3,000 en la actualidad. 

China ve a la pesca como una industria estratégica y por ello subsidia el combustible de sus barcos de aguas distantes, que son cada vez más grandes y funcionan prácticamente como fábricas flotantes.

Por los mares del mundo, en esas llamadas “aguas distantes”, las naves de bandera roja  buscan sobre todo el calamar, que luego se consume en China pero también exportan a Estados Unidos y Europa. 

Milko Schvartzman, especialista en conservación marina, estima que en picos de temporada pesquera hay más de 300 barcos en el Pacífico Sur, todos chinos, mientras que en el Atlántico Sur hay más de 500, la mayoría chinos. Los gobiernos de la región no les otorgan licencias de pesca pero tampoco un freno, y así los barcos muchas veces se mueven por fuera de los límites nacionales. Incluso, cuando la vigilancia está pero es poca, rompen esas fronteras imaginarias sobre el agua y compiten con las flotas nacionales.

“Es imposible controlar los barcos a distancia, incluso a través de satélites, ya que desconectan sus sistemas de rastreo. Tenés que estar en el lugar y eso cuesta millones a los gobiernos”, explica Schvartzman. Por eso los barcos chinos “no respetan la zona de veda ni la temporada. Empiezan a trabajar en diciembre, cuando a la flota argentina se la autoriza a partir de enero”. 

En 2019, la empresa china Shandong BaoMa subió la apuesta. Intentó instalar un puerto privado en Uruguay, un lugar donde pudiera recibir a más de 500 barcos por fuera del control del gobierno local. El proyecto, que costaría unos 200 millones de dólares, contemplaba desarrollar una zona franca con puerto, astillero y planta para procesamiento, y congelado de pescado. No se ha concretado, está suspendido por denuncias de organizaciones sociales y ambientales. Suspendido…al menos por ahora.

Cerca de la costa de Ecuador, 340 barcos chinos actualmente rodean las Islas Galápagos principalmente en búsqueda del calamar. Rondan el archipiélago de 12 islas que es mundialmente conocido por su importancia ecológica: la segunda reserva marina más importante del planeta, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Pero en la visión de los pesqueros chinos no hay conservación sino un área de abundantes recursos por la confluencia de corrientes marinas. Un área donde capturar muchos calamares para que se transformen en platillos diversos a miles de kilómetros. 

En 2017, un barco chino fue capturado dentro de la zona de protección marítima de Galápagos. Dentro de su bodega había 7,200 tiburones y otras especies en peligro de extinción. Si bien ahora la flota china pareciera no estar pescando dentro de los límites del Ecuador, su sola presencia y actividad impactan en la zona, ya que el calamar es una parte vital de la cadena alimentaria marina. 

Acechan las naves. Como el buque Hong Pu 16, que está ahora frente a la costa de Galápagos. El mismo que ya fue detenido en abril de este año, después de invadir los límites nacionales de Argentina. 

“En el hemisferio norte hay más controles y por eso no están ahí los barcos chinos -dice el experto Milko Schvartzman-. Vienen a América Latina por falta de voluntad política de los gobiernos, por menos controles y por limitación de recursos.” 

Acechan los barcos chinos, como esperando dar un golpe. Parecen dormidos o distraídos, pero no lo están. Acechan todo el tiempo, aprovechando que no hay reglas ni controles. Y mientras tanto, los recursos se van acabando. 

No solamente los pescados. También se acaban los nutrientes de los suelos, la pureza de los ríos y la belleza de los bosques nativos de América Latina. 

Marcados

Marcados

por Kennia Velázquez México
fotos Kennia Velázquez
Publicado el 29 septiembre 2020

En los pasillos de los supermercados comienzan a verse sellos negros en algunos alimentos. Sellos que son calcomanías pegadas pero también son mucho más, una marca inocultable. La gente los toma, los analiza. Hay asombro y decepción al ver que sus productos favoritos tienen uno o hasta cuatro octágonos que les advierten ¡exceso de azúcares, grasas o sodio! Rápidamente su mirada se mueve hacia otra parte de la estantería, buscando opciones.

El descubrimiento de los contenidos ocultos en la comida ultraprocesada, los llamados nutrientes críticos, ha provocado cientos o tal vez miles de mensajes en redes sociales. “Esta advertencia me hizo reaccionar como si fuera veneno para mi niña (que en realidad lo es), y simplemente cambié de opción de inmediato. Está excelente que se advierta la nocividad de los productos”, dice un tuit de un padre de familia acompañado con imágenes de frituras marcadas con el nuevo etiquetado frontal que tienen los alimentos en México.

Y no es el único. Gente sorprendida, no sólo por los sellos en la comida chatarra, sino por los que encuentran en productos que, antes de tener etiquetas, consideraban como saludables: las barritas que suelen consumirse como colación o el amaranto con chocolate, aderezos para ensaladas, o productos ofertados para personas con diabetes que no contienen azúcar pero sí son altos en grasas saturadas. Muchos alimentos que parecían – o se vendían como – saludables, ahora están marcados con octógonos.

Desde que inició el confinamiento por la pandemia de Covid-19, el subsecretario de salud Hugo López Gatell realiza conferencias de prensa a diario. No hay día en que no mencione los efectos adversos que produce el consumo de comida chatarra y refrescos – a los cuales ha llamado “veneno embotellado”- y cómo se relacionan con el nuevo Coronavirus que a la fecha ha provocado la muerte de más de 75 mil mexicanos.

Sus declaraciones cotidianas han provocado enardecidos debates en redes sociales; columnistas han criticado la postura del funcionario a la que califican de “ideológica”; las cámaras empresariales han dicho que se estigmatizan sus productos y han pedido que se frene la medida que entrará en vigor en octubre. Piden que no existan etiquetas bajo pretexto de la gran crisis económica que provocaría la regulación, pero sin tomar en cuenta la crisis de salud que ya está aquí.

Más allá de posturas que responden a diversos intereses, en redes como en tienditas y hasta en la mesa familiar, los mexicanos están discutiendo sobre lo que comen y beben. Debaten sobre su derecho a saber y sobre el papel del Estado en la alimentación, temas que al menos hasta principios de 2020 no parecían tener relevancia hasta la llegada tanto de COVID-19 como de los sellos.

Pero el camino hasta aquí no fue fácil. Fue atropellado. En el año 2000, el llamado gobierno de la alternancia, fue encabezado por el entonces presidente derechista Vicente Fox, ex CEO de Coca Cola quien agradecido por el apoyo a su campaña presidencial apoyó a la refresquera y ésta creció como nunca antes. Lo mismo pasó con sus sucesores. En la administración del ex presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) la industria de alimentos ultraprocesados y bebidas azucaradas se sentaban en la misma mesa que los altos funcionarios, quienes toman las decisiones. Y en esas mesas se  impedía cualquier medida que atendiera la grave situación de obesidad y enfermedades crónicas, como un impuesto más enérgico a bebidas con alto contenido calórico o un etiquetado claro.

Y no sólo frenaron cualquier regulación, además invirtieron grandes sumas en financiar “estudios científicos” que hacían ver a sus mercancías como inocuas y subsidiar a asociaciones médicas que promueven sus productos, confundiendo al consumidor que confía en las recomendaciones de su nutricionista. 

Fueron más allá, mucho más allá. Hubo espionaje a los activistas independientes de la industria. Si bien no se ha  probado aún la participación directa de compañías, es un hecho que desde el Estado y por medio del software -o malware- Pegasus se espió en 2014 a personas clave en la lucha por impuestos a bebidas azucaradas. Espiaron a Luis Manuel Encarnación, entonces coordinador de la Coalición Contrapeso; Alejandro Calvillo, director de la organización El Poder del Consumidor; y al doctor Simón Barquera, del Instituto Nacional de Salud Pública. Calvillo y Barquera enfrentan ahora ataques de las asociaciones refresqueras por impulsar el etiquetado y hablar de la evidencia científica del daño que provocan dichas bebidas. 

Esta advertencia me hizo reaccionar como si fuera veneno para mi niña (que en realidad lo es)

Muchos alimentos que parecían – o se vendían como – saludables, ahora están marcados con octógonos

Mal de muchos

México es el mayor consumidor de comida chatarra de América Latina, el primero en obesidad infantil (y el segundo en adultos). Y es que este tipo de productos se encuentran en todos lados: en la fila de las cajas de los supermercados, en todas las tienditas de los barrios, en las escuelas y hasta en las farmacias. “Carga 9 dólares de gasolina y llévate gratis una bolsa de botanas”, “Por sólo 50 centavos de dólar extra crece tu refresco al doble”, son algunas de las promociones que diariamente nos bombardean en los espacios habituales. Está tan normalizado el consumo de estos productos que es inimaginable una reunión sin tener tres o cuatro botellas de 3 litros de refresco y bolsas gigantes de frituras.

México tiene un gran problema de alimentación.

Ahora, a partir de octubre, en teoría todos los productos que lo requieran deben contar con etiquetas con forma de octágono que advierten del exceso de azúcar, grasas y sodio pero también alertan sobre los riesgos de que los niños ingieran productos con cafeína y edulcorantes. Un etiquetado más potente que su antecesor, el logrado en Chile en 2016. 

La gravedad del problema hizo que dos estados prohibieran la venta de comida y bebidas chatarra a menores de edad; y la regulación podría multiplicarse en breve porque 17 congresos locales, de provincias, están estudiando iniciativas similares.

De avanzar las iniciativas en las 17 entidades, sería un avance importantísimo para los defensores de la salud, para la industria, se pondría en riesgo su mayor mercado pues los productos ultraprocesados estarían en el mismo nivel de daño que el alcohol y el tabaco. 

En América Latina, pareciera que fue necesario sufrir la peor pandemia de la era moderna para que una parte de la población escuchara advertencias con años de historia. Pareciera que apenas ahora, en los tiempos Covid, muchos escuchan lo que que desde hace años venían alertando  profesionales de la salud, activistas y académicos. Pareciera que recién ahora lo entendimos la mala alimentación mata.

 

México está en una situación delicada, pero también otros países. El mal afecta y acecha a toda la región. Desde hace tiempo, la Organización Panamericana de la Salud ha advertido que la alta incidencia de diabetes, hipertensión y padecimientos renales pone en riesgo a una de cada tres personas en el continente -alrededor de 186 millones de latinoamericanos- que podrían enfermar gravemente de COVID-19. Hay que sumar otra de las principales comorbilidades, el sobrepeso, que en la región afecta a un 8% de los menores de 5 años, 28% de adolescentes, 53% de hombres y 61% de las mujeres. 

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) informó que el 82 por ciento de las muertes en América Latina y el Caribe fueron a consecuencia de las enfermedades cardiovasculares y cáncer. Se calcula que en la región hay 41 millones de personas adultas con diabetes y la mitad no lo sabe, por lo que no podrá atenderse adecuadamente. Las muertes atribuibles a altos niveles de glucosa en la sangre aumentaron en la región 8% entre 2010 y 2019.

Antes de que el SARS-CoV-2 pusiera en jaque a los sistemas de salud del mundo, se preveía que serían las enfermedades no transmisibles las que lo colapsarían. Con ambas pandemias coexistiendo, la urgencia es mayor.

Chile fue el primer país latinoamericano en lograr el etiquetado en 2016, tres años después se redujo en un 25% el consumo de bebidas azucaradas. Perú fue el segundo, un estudio de hábitos indica que el 37% de los habitantes de Lima dejaron de consumir productos con octógonos. En plena cuarentena, el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual declaró como barreras burocráticas ilegales a los sellos establecidos por el Ministerio de Salud, un hecho en el que hubo interferencia de la industria. Otra sala del mismo instituto apeló esta decisión, al día de hoy no se ha definido el futuro del etiquetado peruano, por lo pronto, los octógonos deben seguir apareciendo en los empaques.

Uruguay va en el mismo sentido, aunque con dificultades. Ordenó sellos que debían comenzar a pegarse el 1 de marzo, pero el cambio de gobierno lo postergó hasta febrero de 2021. Algunas de las razones que arguyen es esperar que se “armonicen” las normas de etiquetado con los demás países del Mercosur, aunque activistas denuncian es una práctica dilatoria porque este tipo de definiciones podría tardar hasta 6 años. 

 

Argentina y Brasil son dos países que llevan años intentando que las etiquetas lleguen a supermercados y tiendas. Como en Uruguay, la pertenencia al Mercosur también ha servido de pretexto en Argentina para no discutir la medida, más las piedras que va poniendo la industria, igual que ocurrió en México. ¿Por qué tanto esfuerzo por frenarlo? “El etiquetado es una puerta de entrada, una vez que lo tienes estableces cuáles son los productos saludables y cuáles no lo son”, explica Luciana Castronuovo, coordinadora de la Fundación Interamericana del Corazón Argentina. Actualmente en el país hay 45 iniciativas en discusión en diversos espacios de gobierno.

Brasil, un actor importante en la región, lleva 6 años trabajando para tener un etiquetado. También ha intentado impulsar el impuesto a bebidas azucaradas siguiendo el ejemplo de México y regular la publicidad, pero la “interferencia de la industria impide que se avance en el tema”, lamenta Ana Paula Bortoletto, integrante del Instituto brasileño de defensa del consumidor (Idec).

Pero aún tiene esperanzas: “Que más países estén trabajando en esto puede ayudar a que se aceleren estas medidas en la región por ejemplo, al entrar en vigor el etiquetado en Uruguay hace necesario discutir estas políticas porque eso ayudaría a reducir las barreras comerciales, las empresas son las mismas que trabajan en nuestros países.”

Es una batalla muy grande para la industria mundial, si América Latina adopta esta estrategia es muy serio para el mundo entero

El tema avanza, se cuela. Pese a los millonarios intentos de la industria, la necesidad de tomar medidas para regular el consumo de comida chatarra está en la mesa de las discusiones, ineludible. 

En Costa Rica ya se presentó un proyecto de ley con un etiquetado similar al chileno. En República Dominicana, durante la campaña electoral el colectivo la Alianza por la Alimentación Saludable convocó a los candidatos presidenciales a asumir el Compromiso por una alimentación saludable que entre otras medidas incluye un etiquetado correcto. En Colombia, la Red PaPaz pidió al Estado un etiquetado frontal y claro de advertencia, iniciativa que está siendo revisada por el Ministerio de Salud. La directora de la organización no gubernamental, Carolina Piñeiros, ve un creciente interés de los colombianos por saber qué consumen y de a poco hay legisladores que van apoyando estas iniciativas. Además, la ciudad de Bogotá está discutiendo la prohibición de venta de comida chatarra y bebidas azucaradas en los colegios.

Como en un juego de estrategia, la industria presiona. Sin embargo, América Latina se mueve. Cuando se implementó el etiquetado en Chile los productores de comida chatarra “pensaron esta es la excepción, no va a ser la regla”, recuerda Enrique Jacoby, ex viceministro de Salud de Perú. Y en cada país en el que se ha discutido el tema, han encontrado resistencia. La industria ha intentado impedir las etiquetas claras. Por eso la batalla mexicana es fundamental: “La importancia y la expectativa que la región tiene con México es que ayude a inclinar una balanza, es una batalla muy grande para la industria mundial, si América Latina adopta esta estrategia es muy serio para el mundo entero.”

La batalla está en todos los frentes. En los gobiernos, en los congresos, pero también en las calles. Porque la comida chatarra no ha dejado de venderse, siguen las tienditas a reventar de bolsas y paquetes que son bombas de tiempo. 

Y la industria pelea con todo: durante el confinamiento ha aprovechado para hacer mercadeo “donando” sus productos, insumos de higiene y equipo al personal médico. Sólo en México se han contabilizado al menos cien donativos. Mientras intentan frenar impuestos, etiquetado y toda medida en favor de la salud, se publicitan como empresas supuestamente comprometidas con la salud. Más distópicas que el tiempo pandémico en sí, las imágenes de estos días: Coca Cola regalando refrescos a los médicos que atienden a enfermos de Covid, graves por padecer diabetes, sobrepeso y obesidad.

Pero también hay buenas noticias desde un frente, las redes sociales. Porque ahí,al parecer, la industria va perdiendo una batalla. Al día de hoy no he visto ni un solo mensaje de alguien lamentándose porque los sellos le hayan quitado la venda de los ojos y sí he visto a muchos celebrando que podrán ejercer su derecho a saber.