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Cuando la tierra no produce comida

Virgínia Toledo y João Peres São Paulo, Brasil
Publicado el 5 mayo 2021

Con ideas de modernidad e higiene, el boom de la producción de celulosa en Brasil enterró a la cultura campesina bajo una sábana de eucaliptos y pinos del tamaño de Líbano

“Hoy estoy solo con Dios”, dice don Bertino y mira alrededor. Enfrente solo hay un terreno con algún cultivo entre maleza y unos pocos árboles que resisten en una tierra seca donde nada crece. A la derecha del terreno, eucaliptos… “Nosotros plantábamos tomate, maíz, frijoles. Ahora ya no hay nada. Ya no hay cómo plantar nada”.

No se trata de no querer: la tierra ya no permite plantar para comer. Tampoco se ve un elemento característico de la agricultura desde hace milenios: seres humanos. Ese es el destino de muchos de los bosques cultivados de eucalipto: las personas se van; y tras algunos años son los propios bosques de eucaliptos los que también se marchan. Pero los daños permanecen.

Hablar con don Bertino, que en realidad se llama Izaltino Lobo de Oliveira, fue nuestra segunda opción. La primera era conversar con su pareja, Benedita de Morais Oliveira. Queríamos retomar una charla que tuvimos diez años antes en su casa de São Luiz do Paraitinga, una pequeña ciudad en el interior de la provincia de São Paulo. Pero llegamos tarde, doña Dita murió en 2019.

“Dita murió medio envenenada”, cuenta don Bertino en un tono de quien considera a la muerte de su pareja como algo natural. Pero no lo fue. “La agarró el veneno… Si yo estuviese aquí también me tocaba a mí. Él [un funcionario de la empresa Votorantim] instaló una máquina de veneno [agrotóxico] usando un pozo de agua que llegaba hasta acá. Y, justo entonces, Dita bebió el agua. Le dio algo en la cabeza… la aturdió…”

Eso ocurrió allá por el año 2010. “El médico dijo: ‘Mientras el veneno circule por el cuerpo, usted vivirá. Cuándo pare, usted no va a aguantar’”. Cuando conversamos con doña Dita por primera vez, ella lo describió de forma parecida. En aquel momento, como nos confirmó el médico, ya sufría trastornos físicos y psicológicos causados por el veneno usado en la producción de eucaliptos.

No era el único caso, pero quizás haya sido una rara exposición del agua a pesticidas capaces de causar problemas inmediatos: por lo general, los daños se producen por una exposición lenta y prolongada, mucho más difícil de detectar.

Celulosa en la cuna de la cultura caipira

El cultivo del eucalipto y celulosa en Brasil es como todas las demás monocultivos: todo empieza a crecer durante la Revolución Verde, en las décadas de 1960 y 1970, y explota en los 90, cuando las tierras del país fueron totalmente direccionadas a la exportación. Hoy Brasil es, por amplio margen, el mayor exportador mundial de celulosa y el segundo mayor productor. Son diez millones de hectáreas con eucalipto y pino, el equivalente al tamaño de Jamaica o Líbano – ¿es mucho o poco? El lector lo tendrá que decidir.

Hoy Brasil es el mayor exportador mundial de celulosa y el segundo mayor productor. Son diez millones de hectáreas con eucalipto y pino, el equivalente al tamaño de Jamaica o Líbano

En 2010, en un domingo caliente de enero, fuimos hasta la casa de Wagner Girón de la Torre, un defensor público en la región de la ciudad Taubaté, que incluye a São Luiz de Piratininga. Diez años más tarde, inmovilizados por la pandemia, nos reunimos con él por Zoom. A la distancia, Wagner parece igual, tanto física como ideológicamente, con un habla marcada por el recargado acento caipira (característico del interior rural del país), por el énfasis en algunas palabras y comentarios ácidos sobre los poderes a los que se enfrenta dentro de tribunales.

“Antes, en las comunidades campesinas del interior del Valle de Paraíba (región de gran importancia económica entre las provincias de São Paulo y Río de Janeiro)”, los agricultores desconocían los impactos hídricos, los impactos del aumento de desertificación del suelo, los grandes impactos de proyección de toneladas y toneladas de venenos, pesticidas químicos en el suelo, el efecto destructivo de ese mal en el cultivo”, dice. “Casi nadie hoy los desconoce ya. Mucha gente que tiene contacto con la zona rural sabe que, al contrario del discurso de esas corporaciones, eso no es un mito”.

Diez años atrás, mucha gente en São Luiz nos contaba acerca de las tierras de Zinho Mineiro. Era un sitio donde, antes de la llegada de los bosques de eucalipto, trabajaban cientos de personas, y donde se cultivaba buena parte de los alimentos consumidos en la región. Algunas investigaciones que se hicieron en los años siguientes muestran la transición de una cultura de producción y consumo local hacia algo totalmente distinto: tierra utilizada para cultivar árboles que resultarán en papel, cartulina, cartón que se usará en China, en los Estados Unidos y en Europa. Así también la ciudad se fue haciendo más dependiente de alimentos traídos de otros lugares, comprados en el supermercado.

São Luís do Paraitinga
La ciudad de São Luís do Paraitinga en 1955. Foto: Nilo Bernardes y Tibor Jablonsky (Archivo IBGE)

El caso de doña Dita marca una transición simbólica de esas relaciones. Ella era famosa por hacer uno de los mejores requesones de corte de São Luiz, que es uno de los muchos ítems de la culinaria campesina , Es como si la tensión entre los monocultivos y la cultura caipira se reflejase en miniatura en su vida – en este caso, en su muerte. A lo largo de dos siglos, el avance del café, la ganadería y, recientemente, del eucalipto cambiaron totalmente al Valle del Paraíba, en el interior de la Provincia de São, y el sur de la provincia de Minas Gerais.

A lo largo de dos siglos, el avance del café, la ganadería y, recientemente, del eucalipto cambiaron totalmente al Valle del Paraíba y el sur de la provincia de Minas Gerais.

Esa región es justamente la cuna de la cultura caipira, que ocupaba buena parte del territorio brasileño. Una cultura marcada por barrios rurales aislados en los cuales las relaciones se daban en base a las relaciones personales y no al dinero. Allí floreció una cocina que tiene a los frijoles, maíz, yuca y carne de cerdo como elementos centrales. Igual que todo lo que deriva de ellos, como el fubá (harina de maíz), el polvilho (harina de yuca) y la grasa de cerdo.

La cocina caipira es una de las bases para la formación de la culinaria brasileña. Y, claro, en su origen absorbió mucho de la culinaria de los antiguos guaraníes y tupíes. Desde la forma del fogón, hecho en el suelo con piedras encajadas, y el hábito de cocinar agachado. Y ante todo, en el culto al maíz.

La prisa del paulista

En la transición para el siglo 20, la ciudad de São Paulo necesitaba inventarse un mito. Una oda al progreso. La población se había multiplicado por ocho entre 1870 y 1900, y se quintuplicaría hasta llegar a 1,3 millones en 1940. Hoy son 12 millones, solo en la capital. El trabajo se convirtió en un motivo de ser, un orgullo traducido en frases aún vigentes como “São Paulo es la locomotora de Brasil”.

Y entonces la ciudad aprendió a odiar al caipira, que se convirtió en sinónimo de atraso. El antropólogo Claude Lévi-Strauss dejó en claro en su famoso libro Tristes Trópicos, que tan mal le cayó esa élite económica durante el periodo en que fue profesor de la Universidad de São Paulo, en los años 30. Una élite contradictoria, porque depende totalmente del dinero que produce la agricultura pero detesta al campesino, al que planta.

En la década de 1920, São Paulo inició la construcción de un nuevo mercado municipal, centro de comercialización de alimentos traídos de las regiones aledañas, que hoy en día es un punto turístico gourmet. En aquella época, la intención era levantar un edificio imponente para ofrecer una alimentación “moderna” con ítems importados y caros. Cuando el nuevo mercado fue inaugurado, en los años 30, la alcaldía desactivó el Mercado de los Caipiras, donde personas de la zona rural ofrecían alimentos. Las fotografías  de esa época muestran una estructura sencilla, con barracones apiñados de cajas de madera, calles empedradas y cosas tiradas por el piso.

Mercado de los Caipiras
Mercado de los Caipiras. Foto: Archivo CMSP

También en esa época las vendedoras ambulantes de comida, las quitandeiras, estaban desapareciendo de las calles. Ellas comercializaban algunas especialidades de la cocina campesina o de la cocina traída por los esclavizados, que ahora pasaban a ser despreciadas o consideradas sucias, anti higiénicas. São Paulo se construyó de esa forma: demoliendo su pasado.

Un personaje literario emblemático en esa construcción de la aversión al caipira es Jeca Tatú. Fue creado por el escritor Monteiro Lobato, nacido en 1882 en Taubaté, cerca de São Luiz do Paraitinga. Lobato observó la decadencia del cultivo del café en el Valle de Paraíba y escogió al caipira como blanco de sus frustraciones.

Jeca Tatú es siempre representado como el bruto, el atrasado, aquel que no quiere trabajar. Monteiro Lobato se obsesionó con la idea de que el gran problema de Brasil eran los parásitos y la enfermedad de Chagas. Él decía que las personas eran perezosas a causa de esas enfermedades. Entonces, para resolver el problema era necesario nada más que el poder público se dispusiera a imponer medidas sanitarias – por ejemplo, prohibir el pie descalzo, que es una forma de transmisión de parásitos.

Jeca Tatú es siempre representado como el bruto, el atrasado, aquel que no quiere trabajar.

Una parte del éxito de Jeca se debe a una campaña de publicidad financiada por un famoso producto en Brasil, el jarabe Biotónico Fontoura. El fabricante era amigo de Monteiro Lobato, le compró los derechos de la historia de Jeca y pasó a imprimir librillos en masa. Esos pequeños libros incluían propagandas de sus productos y afirmaban que los problemas parasitarios de Jeca se podrían resolver con el biotónico. Había incluso una versión ‘antes y después’ de Jeca. El libro con el relato del campesino, ‘Problema Vital, Jeca Tatú y Otros Textos’ tuvo 100 millones de ejemplares hasta 1982 – en ese año, para hacerse una idea, Brasil ya tenía 120 millones de habitantes.

publicaciones de Jeca Tatu

Jeca era un sujeto que, en palabras de Monteiro Lobato, “vivía en la mayor pobreza”, y “daba pena ver la miseria de su choza. Ni muebles, ni ropas, ni nada que significase comodidad”. A partir especialmente del siglo 19, las observaciones sobre la vida de los caipiras pasan a tener como referencia a las grandes ciudades.

Dos aspectos eran centrales: el control del tiempo y la organización del trabajo. En la zona rural, el tiempo es el tiempo agrícola: lo que importa son las semanas, los meses y los años. En la ciudad, el minuto y el segundo pasan a ser relevantes, porque rigen las relaciones sociales, como la escuela, el transporte público y la fábrica. São Paulo adoptó como ninguna otra ciudad brasileña la máxima de que tiempo es dinero y, entonces, las horas libres del campesino se volvieron motivo de repulsión.

Existe una incomprensión de los pilares de esa cultura. El perfil social del caipira es de alguien que vive informalmente en una granja y debe entregar parte de su cultivo al propietario. Eso es fundamental: cómo puede disponer apenas de una pequeña parcela, el caipira no puede criar ganado, por ejemplo, ni tiene incentivos para establecer cultivos de largo plazo.

¿Por qué construir una casa elaborada si puede ser desalojado a cualquier momento? ¿Cómo plantar árboles que tardan años para dar frutos? El maíz, el frijol, el arroz son culturas completamente compatibles con esa inestabilidad de la vida caipira. Y, de esa forma, se va formando la cocina brasileña.

El maíz, el frijol, el arroz son culturas completamente compatibles con esa inestabilidad de la vida caipira. Y, de esa forma, se va formando la cocina brasileña.

Horno de leña
Horno de leña. Foto: Instituto Chão Caipira.

Monteiro Lobato, que observaba al caipira con la lógica de un hacendado febril del progreso, no logra entender su situación: “Jeca poseía una gran extensión de tierra, pero no sabía aprovecharla. Plantaba todos los años una pequeña parcela de maíz, otra de frijoles, algunas plantas de zapallos y nada más. Criaba alrededor de su casa un par de cerdos y media docena de gallinas”. 

Un buen día, Jeca va al médico. Y la vida cambia por completo.

– Usted padece anquilostomiasis.

– ¿Anci… qué? 

– ¿Padece ‘amarelão’, entiende? Una enfermedad que se confunde bastante con maleita

– ¿Esa tal maleita no es el sezao

– Eso es. Maleita, sezao, fiebre palustre o fiebre intermitente: es lo mismo, ¿me entiende?

El problema está resuelto, pero Jeca sale del consultorio con una recomendación muy clara: “De ahora en más no dude más de lo que diga la Ciencia”.

La pereza de Jeca desapareció. Los vecinos incluso se espantaban y llegaban a decirle que fuera más despacio, pero ahora estaba lleno de “ideas americanas”: él quería enriquecerse. La hacienda pasó a estar automatizada. Jeca fue acumulando, amasando una fortuna, expandiendo. Y, entre muchas cosas, Jeca se decidió a plantar eucaliptos.

Un museo caipira

La cultura caipira es una antítesis de la cultura del progreso que se expandió con toda la fuerza en las sociedades latinoamericanas en la postguerra. Son personas que prácticamente no necesitan dinero. Que están acostumbradas a cultivar sus propios alimentos, hacer sus ropas, crear sus herramientas. Y que no tienen prisa: que pueden pasarse el día sin hacer nada.

Pero el Valle del Paraíba está en medio de las dos mayores ciudades brasileñas. Entonces, se volvió una región estratégica para el avance de monocultivos, primero, y de la industria, después. Cuanto más territorio ganaba el paradigma del desarrollo, más preciosa se volvía São Luiz. “El último reducto caipira”, promete el eslogan oficial de la alcaldía, como si se presentase como un museo a cielo abierto.

“Lo que caracteriza a la forma de plantío típico de São Luiz son prácticas patrimoniales, prácticas tradicionales que, en buena medida, fueron heredadas de los indígenas”, comenta el antropólogo Carlos Brandão, quien vivió en la ciudad en la década del 80. “Entonces era una cultura más cercana al mundo indígena que al mundo blanco, en sus costumbres, en la cocina, en comparación con las ciudades vecinas, que eran muy colonizadas por el café, que se italianizaron muy deprisa (con la llegada de inmigrantes)”

São Luiz es realmente pintoresca. Una ciudadela de 10 mil habitantes, un barrio colonial muy bien conservado, media docena de calles empedradas, un río que corre al lado, limita, inunda y sofoca a esas casas. Uno de esos poblados donde se escucha la campana de la iglesia – y donde la campana de la iglesia aún tiene significados: nacimiento, muerte, horario, misa, fiesta.

Plantação de tomate. Foto: Acervo do Instituto Chão Caipira.
Cultivo de tomate. Foto: Instituto Chão Caipira.

Las personas de la metrópoli llegaron atraídas por el Carnaval. Así como se preservó la cultura caipira, la ciudad conservó también un Carnaval de marchas jocosas, animadas. Pero pronto la gente de la gran ciudad se dio cuenta de que São Luiz es muy fiestera: los habitantes dicen que tienen más fiestas que días hay en el año.

La más interesante, y quizás la más importante del punto de vista de la cultura caipira, es la Fiesta del Divino. Importada de las festividades medievales europeas, es muy común en las ciudades paulistas, y tiene elementos totalmente ajenos a su realidad, como un rey y una reina que necesitan usar ropas de frío que no tienen nada que ver con el calor tropical.

Tradicionalmente la celebración duraba dos semanas y, cada año, una familia era escogida para abrigar el Divino: las puertas de la casa quedaban abiertas día y noche, siempre con comida a disposición para quien llegara. En el último día, todos se encontraban en el mercado municipal para preparar y comer el ‘afogado’, un plato de carne normalmente acompañado de arroz. Ese no es un aspecto menor: la comida, que algunos tienen como curativa, era ofrecida por quien tenía bueyes para sacrificar y compartir.

Pero entonces, un festejo que debería celebrar la cosecha pasa a ser una especie de teatro del pasado, porque con la llegada del eucalipto la producción de alimentos se vuelve  más escasa, a punto de que son raros los propietarios que aún tienen condiciones de donar los bueyes del ‘afogado’. 

“Antiguamente acaba la fiesta y nosotros salíamos a caballo por los barrios. Veintitantos años atrás se perdían tres o cuatro días en el barrio de tantas casas que participaban”, cuenta Marcelo Toledo, testigo y actor de esa historia.

Vecino de São Luíz, Marcelo fue concejal tres veces y en cada una buscó discutir el tema del eucalipto. “Vas viendo que también colabora para vaciar la zona rural. No es interesante para el municipio de ninguna manera una plantación tan grande”. La primera vez, Marcelo intentó aprobar una legislación municipal para exigir un estudio de impacto ambiental a cada nuevo plantío. No fue posible. Fue entonces cuando buscó al defensor público Wagner Giron.

Al final de los años 2000, la Defensoría estaba en sus inicios en São Paulo. El foco de las preocupaciones eran las áreas urbanas, generalmente lidiando con temas como divorcios y guardia de niños, derecho a la vivienda, defensa de presidiarios. Una acción por temas ambientales representaba algo totalmente nuevo e inesperado.

“No teníamos mucha experiencia también en cómo llevar a cabo el proceso. Fuimos construyendo ese conocimiento en el curso de todos esos procesos”, recuerda Wagner. En algunos casos, él obtuvo órdenes judiciales para frenar el plantío, pero otras muchas veces no resultó.

“Analizándolo hoy, me di cuenta de que el Poder Judicial brasileño, infelizmente, no es la mejor instancia para discutir temas tan complejos y específicos a ese segmento del capital, que agota recursos naturales para la producción de commodities buscando ganancias extraordinarias, dejando un pasivo socioambiental inmensurable en el país. El Poder Judicial no está preparado para eso”.

Ayuda estatal

Al final de los años 60 se aprobó un cambio en las leyes federales para permitir que el eucalipto y el pino fuesen usados como madera de reforestación. Durante dos décadas, el gobierno garantizó un recorte del 50% sobre el Impuesto a la Renta sobre los valores aplicados a esos plantíos.

Según la tesis de doctorado “Eucalipto, agua y sociedad”, de Clarissa de Araújo Barreto, Brasil pasó de tener 20 empresas reforestadoras a 500 en un espacio de menos de diez años. Fueron 312 mil hectáreas plantadas por año, en promedio, entre las décadas del 70 y 80. 

Brasil pasó de tener 20 empresas reforestadoras a 500 en un espacio de menos de diez años.

Después de eso, no es que el Estado haya dejado de ayudar, al contrario. El sector de papel y celulosa está entre los mayores clientes del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) que financia proyectos de interés del gobierno federal. La empresa Suzano está en el octavo puesto histórico del banco, con más de 13 mil millones de reales, o 2 mil 370 millones de dólares prestados (al cambio de abril/2021). La empresa Klabin viene en noveno puesto, con 12 mil millones de reales. Fusiones y adquisiciones fueron cambiando nombres de corporaciones y concentrando al mercado.

El sector de papel y celulosa está entre los mayores clientes del Banco Nacional de Desarrollo

En São Luiz, la llegada de esas empresas fue un fuerte elemento de desarticulación. De vaciamiento de los barrios rurales. De pérdida de identidades. “Puede ser que no se quiebre totalmente, pero se va rompiendo, se van desmantelado los vínculos. He visto a varias capillas que eran sitios de culto, de devoción, de confraternización, de diversión de la sociedad de los caipiras, que se fueron perdiendo”, recuerda Marcelo. 

El eucalipto llegó a ocupar alrededor del 5% del territorio del Valle del Paraíba. Y casi el 15% de São Luiz. El eucalipto desconoce obstáculos y avanzó incluso sobre áreas montañosas que habían escapado al café y a la ganadería.

Si antes las tierras de cualquier persona podían cruzarse para llegar hasta las capillas, ríos y manantiales, ahora eran de propiedad de las corporaciones que las habían arrendado o comprado grandes áreas. “Es algo bien de empresario, tiene que producir. Ya no se respetaban los días santos, el día de descanso. A veces todos tenían que trabajar el Viernes Santo, lo que va en contra de la cultura de las personas de la zona rural”, lamenta Marcelo.

Quién tiene razón

Hoy día es imposible imaginar la vida sin papel. Desde el papel higiénico a los paquetes en los cuales se transporta prácticamente todo, necesitamos que esa industria exista. El tema fundamental está en el tamaño, que a su vez altera el impacto que causa.

Los bosques de eucaliptos son conocidos como “desiertos verdes”, porque eso es lo que son. Árboles plantados a distancias exactas, regadas con venenos que sofocan al suelo, alejan a los animales y que prácticamente no dependen de seres humanos. “Aquí había pájaros. Hoy no se los oye más cantar. Mataron a todos. Había armadillos. Nosotros los cazábamos… se acabó todo”, cuenta don Bertino.

En 2014, varias asociaciones de las corporaciones de bosques plantados se aglutinaron en la Industria Brasileña de Árboles. La llamada “Ibá”, presentada como una “reinterpretación libre y sincera” de los idiomas tupí-guaraní:

“Para los indígenas y para nosotros, ibá significa frutos. Frutos en la dimensión económica: toda la riqueza que viene del árbol. Madera, paneles de madera, pisos laminados, celulosa, papel, biomasa, carbón vegetal, microfibras, materias primas no fósiles, nanopolímeros y mucho más. Frutos en la dimensión social: fijación del hombre en el campo, capacitación productiva, trabajo y renta, formación de futuras generaciones con una nueva perspectiva y más calidad de vida, promoción de desarrollo humano y social. Frutos en la dimensión ambiental: recuperación de áreas degradadas, captación de carbono, producción de agua a través de la reforestación, conservación de bosques naturales, fortalecimiento de la biodiversidad”, dicen los empresarios.

Muchas comunidades se quejan de que la planta drena el agua del entorno, mientras las empresas se defienden diciendo que se trata de un mito. Buscamos respuestas en investigaciones científicas para intentar entender si hay un consenso. En determinados aspectos, lo hay, como veremos.

Conversamos con Rildo Moreira, investigador en la Estación Experimental de Ciencias Forestales Itatinga, situada en el interior de la provincia de São Paulo. El área de 2 mil hectáreas es una hacienda de eucalipto desde hace 70 años, que hoy la utiliza la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz, de la Universidad de São Paulo (USP/Esalq).

El impacto sobre el agua. Sobre el suelo. La selección de las mejores variedades. La adecuación a distintos climas. Todo eso se investiga en ese sitio. El propio curso de Ingeniería Forestal de Esalq se creó en 1974 para lidiar con esa demanda de un cultivo que estaba creciendo de manera exponencial.

Cultivo de eucalipto
Cultivo de eucalipto en São Paulo. Foto: Adobe Stock

Existen más de 700 variedades catalogadas de eucalipto, pero, como se da en cualquier cultivo volcado a la exportación, se utilizan solamente aquellas que tienen una productividad muy elevada.

Lo que el experto Rildo dice, y lo que encontramos al consultar la producción científica, es que el eucalipto puede tener ese papel de succionar el agua, pero todo depende de la forma como se lo planta y de dónde se lo planta. Un promedio de lluvias anual de alrededor de 1.000 milímetros es suficiente: buena parte de las regiones Sur, Sudeste, Centro Oeste y Norte de Brasil puede atender esa demanda.

Pero hay algunos problemas. La densidad de cultivos puede ser muy elevada. Y el tiempo de corte hace la diferencia. “Las personas [productores] comenzaron a olvidar que de donde se saca y no se pone, en algún momento falta. Y fue lo que ocurrió”, dice Rildo. Según él, en muchas áreas el corte ocurre entre los cinco o siete años, lo es aceptable, pero no lo ideal. En opinión de Rildo, lo correcto sería llegar a los diez años. Para peor, hay casos en que el corte se realiza antes de los tres años, lo que perjudica el ciclo de reposición de nutrientes. “Existe una deposición permanente de hojas de eucalipto que caen, se descomponen, y por eso vuelve al sistema, lo que aumenta mucho la materia orgánica en el suelo”.

En otras palabras, la situación podría ser mejor. Mirando los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), vemos cómo el cultivo de eucalipto y pino se desplaza rápido por el territorio. El ciclo del Valle de Paraíba parece estar en decadencia, aunque la provincia de São Paulo aún tenga muchos cultivos. En São Luiz, muchas áreas de bosques de eucalipto están abandonadas. Y no se ven perspectivas de que vuelvan a cultivarse, porque las tierras están agotadas. Se volvieron un barrial.

Ahora le toca a la provincia de Mato Grosso, la nueva frontera de expansión del eucalipto, donde el área cultivada se cuadruplicó entre 2009 y 2019. Siguiendo el ejemplo del ganado, del maíz y de la soja, los cultivos decidieron tomar el camino al oeste. En un escenario de desmantelamiento de las leyes ambientales, no sorprende que los bordes Amazonia se volvieron el nuevo frente de expansión.

Ahora le toca a la provincia de Mato Grosso, donde el área cultivada se cuadruplicó entre 2009 y 2019

En São Luiz, doña Dita murió sin derecho a una indemnización de la empresa Votorantim. Wagner espera sentado el desenlace de los juicios iniciados hace más de una década. En la mayoría de los casos, apenas hace falta un dictamen de perito para calcular los valores que deben pagar las empresas a las comunidades afectadas. Según el defensor público, el costo de esos dictámenes ronda entre 9 mil y 40 mil dólares, valores que el gobierno provincial se niega a pagar. Marcelo intenta convertir los bosques de eucalipto abandonados en parques. Y don Bertino vive solo, con Dios.