Big Food en México, a la sombra del conflicto de interés

El manual de las empresas dañinas se aplica en el país de manera sutil y en muchas ocasiones pasa inadvertido

Por Marcela Martínez Rodríguez e Manuel Lino

30/11/2021

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A finales de 2019, diversos investigadores mexicanos, encabezados por Nallely Bueno Hernández, publicaron el artículo “Revisión de la evidencia científica y opinión técnica sobre el consumo de edulcorantes no calóricos en enfermedades gastrointestinales”. La investigación fue financiada por Coca Cola y 14 de los 17 autores manifestaron tener algún tipo de conflicto de interés, pues suelen ser conferencistas para diversas compañías, sobre todo farmacéuticas pero también algunas relacionadas con la industria alimentaria.

  • que este otro reporte fue publicado en Advances in Nutrition, una revista con revisión por pares y con un factor de impacto de 7.26;
  • que no fue hecho por médicos practicantes que trabajan con frecuencia para compañías privadas sino por investigadores universitarios, quienes manifestaron no tener conflictos de interés;
  • además, esta revisión bibliográfica no tuvo financiamiento pues formó parte de las actividades cubiertas por el salario de los investigadores.

Ambos reportes señalan que actualmente el principal motivo de preocupación sobre los edulcorantes no es la posibilidad de que causen enfermedades gastrointestinales, sino las alteraciones que puedan ocasionar en el microbioma intestinal o disbiosis, tema sobre el cual existen pocos estudios clínicos en seres humanos. Además, hay evidencias de que el mero sabor dulce de los edulcorantes no calóricos puede hacer que algunas personas liberen insulina y por lo tanto podrían actuar como disparadores de la resistencia a esta hormona que caracteriza a la diabetes tipo 2.  En la manera como abordan esta falta de información y las conclusiones que derivan de los datos que sí están disponibles, hay otras diferencias relevantes entre los dos textos. 

En el análisis de los científicos españoles, encabezados por Francisco Javier Ruiz-Ojeda, se menciona, por ejemplo, que uno de los pocos estudios con humanos (de Suez y colaboradores de 2014) encontró “modificaciones en la microbiota intestinal después de la administración de algunos edulcorantes [especialmente edulcorantes artificiales no calóricos (NAS)]”. Si bien señalan que existe una controversia con respecto a este estudio por cuestiones metodológicas, agregan que “el mensaje simple de este estudio es que las alternativas de azúcar en la dieta destinadas a evitar el riesgo de obesidad y diabetes podrían aumentar el riesgo de esas enfermedades”.

En cambio, en el estudio de los mexicanos aunque se menciona el estudio clínico de Suez, se hace sólo para aclarar que las mediciones de la microbiota se realizaron a través del microbioma (es decir, de los genomas de los múltiples organismos que componen la microbiota); sin embargo, de los datos obtenidos en el estudio y sus conclusiones no se hace mención alguna.

En las conclusiones del estudio de la Universidad de Granada se lee que “la sacarina y la sucralosa modifican las poblaciones de la microbiota intestinal” y que “la ingestión de sacarina por animales y humanos mostró alteraciones en las vías metabólicas relacionadas con la tolerancia a la glucosa”. En las conclusiones de los médicos mexicanos sólo dice que “estudios en modelos experimentales muestran cambios en la composición de la microbiota intestinal asociados a la ingestión de ENC”, sin aclarar que entre esos “modelos experimentales” hay resultados con humanos y sin nombrar ninguna sustancias en particular.

Con motivo de un posible desabasto debido a la pandemia de Covid-19, en febrero de 2020 se dio a conocer que los principales edulcorantes artificiales que Coca-Cola utiliza en sus productos incluyen, justamente, la sucralosa y la sacarina; además de los también cuestionados acesulfamo de potasio y aspartame (también se mencionan el ciclamato y glicósidos de esteviol, que no han sido cuestionados).

Ambos estudios mencionan que el consumo de acesulfamo de potasio perturbó la microbiota intestinal de ratones y que los ratones tratados con aspartame desarrollaron intolerancia a la glucosa, pero solo el encabezado por Ruiz Ojeda hace énfasis en que podrían tener los mismos efectos en humanos.

Foto: Adobe Stock

El contexto, “un verdadero lío”

El caso de la revisión bibliográfica realizada por el equipo de Bueno Hernández es uno de los alrededor de 50 que analizamos en México en los que las opiniones de expertos se alinean de una forma u otra con los argumentos que usa la gran industria de alimentos. La gran mayoría de los expertos en nuestra investigación sistemática sobre múltiples casos en los que parece haber conflicto de interés se opuso activamente a la medida del etiquetado frontal de advertencia en alimentos que fue aprobada el 22 de octubre de 2019 en México. Esa medida advierte si el alimento es alto en calorías, grasas saturadas, azúcares, sodio y si tiene edulcorantes y por lo tanto no es recomendable para niños. 

El pasado julio de 2021 se publicó el reporte de una investigación, encabezada por Laura A. Schimdt de la Universidad de California en San Francisco (USCF), que demuestra que la industria de alimentos y bebidas, en especial Coca Cola, pagó a científicos mexicanos para que produjeran investigaciones que sugirieran, por un lado, que el impuesto que se puso a las bebidas azucaradas en México en 2014 no consiguió aportar beneficios para la salud de la población y, por otro lado, que perjudicó a la economía del país. Esos estudios hechos “a modo” y poco rigurosos se difundieron antes de que los estudios independientes y rigurosos sobre el impuesto pudieran publicarse en revistas revisadas por pares. 

La investigación de Schmidt y colaboradores, publicada en The BMJ Public Health, señala que México es el mercado de refrescos más grande del mundo, entre otros alimentos altos en azúcar, y tiene altas tasas de obesidad y diabetes tipo 2, mismas que condujeron a que los legisladores mexicanos implementaran el que fue uno de los primeros impuestos de salud pública del mundo sobre las bebidas azucaradas. Esto explica el interés de la industria que usualmente se conoce como Big Food por dar a conocer el supuesto fracaso de la medida.

“Nuestra revisión de la literatura encontró que los estudios financiados por la industria utilizaron rutinariamente estrategias discursivas para restar importancia a la efectividad de la política de impuestos a las bebidas gaseosas en México”, escriben los autores de la USCF, la Universidad de Nevada, del Trinity College y la World Public Health Nutrition Association, quienes se basaron en el Archivo de Documentos de la Industria Alimentaria de la UCSF. Este archivo fue creado a raíz de que, en mayo de 1994, una fuente anónima dejó una caja con 4,000 páginas de documentos internos de la industria del tabaco en la oficina del profesor Stanton Glantz en la UCSF. 

En esta documentación, que se conocería como los Cigarette Papers, está la base del “manual de instrucciones” que han tenido las grandes industrias desde que éste fue desarrollado a mediados del siglo pasado desde que en diciembre de 1953 se reunieron representantes de la industria tabacalera y la agencia de publicidad Hill & Knowlton. 

Las tabacaleras en aquel entonces querían evadir, o al menos minimizar, el impacto de los estudios científicos que indicaban que fumar aumenta el riesgo de padecer cáncer de pulmón. El manual que hicieron con este fin ha sido aplicado también con éxito por industrias como la de extracción de hidrocarburos y, por supuesto, la Big Food. De hecho, a finales de 2016 el mismo Glantz y sus colaboradores expusieron que la Fundación de Investigación del Azúcar (SRF, por sus iniciales en inglés, conocida actualmente como la Asociación del Azúcar) patrocinó en los años 60 y 70 investigaciones que minimizaran el impacto negativo del azúcar en la salud.

Una de esas investigaciones fue un meta-estudio realizado por tres científicos de la Universidad de Harvard, que recibieron por ello unos $50,000 dólares actuales y que destacó a la grasa y al colesterol como las causas dietéticas de los males cardíacos y minimizó la evidencia de que el consumo de sacarosa también era un factor de riesgo. La revisión se publicó en 1965 en la revista New England Journal of Medicine sin revelar sus fuentes de financiamiento ni sus conflictos de interés y tuvo un gran impacto. De acuerdo con Schmidt y colaboradores, en México se intentó algo similar con los estudios sobre el impuesto a las bebidas azucaradas.

En septiembre de 2015, “la sucursal mexicana del Instituto Internacional de Ciencias de la Vida (ILSI México), un grupo de fachada científica financiado por Coca-Cola en ese momento, patrocinó el simposio nacional llamado “Evidencia actual en edulcorantes y salud”. El copatrocinador fue el Rippe Lifestyle Institute, “que brinda servicios de investigación a empresas de bebidas, incluidas Coca-Cola y PepsiCo”, de acuerdo con Schmidt y sus coautores, cuya investigación reveló correos electrónicos privados de James Rippe, fundador del Instituto, quien buscó reclutar científicos para que presentaran sus investigaciones en el simposio, “prometiéndoles ‘un modesto honorario si decide enviar su presentación a una de las revistas de la ASN (Sociedad Estadounidense de Nutrición) u otra revista académica’”. 

En el simposio, algunos oradores “argumentaron que ‘el azúcar no es el enemigo, el problema son las calorías’, y cuestionaron si México estaba tasando el grupo correcto de alimentos y si su intención es frenar la obesidad’”. En la sesión plenaria, Rippe afirmó que “gravar las bebidas azucaradas no reducirá el consumo y no hará nada significativo para la obesidad y la diabetes”.

Van de Coca-Cola en Guadalajara, México
Foto: David Boté Estrada/CC BY-SA 2.0

En una nota publicada por la Federación Mexicana de Diabetes, a cargo de Gisela Ayala (quien se encuentra en nuestra lista), señala que Rippe, además, “afirmó que no hay evidencia concluyente en el sentido de que el consumo de edulcorantes esté vinculado a las enfermedades cardiovasculares, que son la principal causa de muerte en el mundo, seguidas por el cáncer y los accidentes”, y lo citó como si fuera parte de las “conclusiones” del simposio.

Sin embargo, el simposio fue criticado en la prensa porque se había reclutado científicos internacionales para “luchar contra el impuesto”, lo que eventualmente condujo a que ILSI International suspendiera a ILSI México para limpiar su imagen. 

En un correo electrónico privado, Alex Malaspina, ex ejecutivo de Coca-Cola y director de ILSI International, describió la situación a James Hill, un científico de la Universidad de Colorado financiado por Coca-Cola, como “Un verdadero lío” (a real mess).

Fue hasta enero de 2016 que se publicó el primer estudio empírico en una revista revisada por pares (The BMJ) que evaluaba el impuesto a las bebidas gaseosas en México. La industria respondió en marzo de 2016 con otro simposio con científicos financiados por las industrias mexicana, estadounidense y canadiense que presentaban sus hallazgos: que los impuestos a las bebidas gaseosas no logran impactar en los niveles de obesidad.

El playbook de la industria, a la mexicana

“Las grandes empresas tabacaleras jugaron sucio y millones murieron. ¿Qué tan similar es la Big Food?” es el subtítulo de un análisis de Kelly Brownell y Kenneth Warner publicado en 2009 en The Milbank Quarterly sobre cómo la industria alimentaria ha adaptado el manual de las tabacaleras al tema de la obesidad y los alimentos industrializados. Los autores enlistan las principales instrucciones del manual de la siguiente manera: 

  1. Concentrarse en la responsabilidad personal como la causa de la dieta poco saludable de la nación.
  2. Generar temores de que la acción del gobierno usurpe la libertad personal.
  3. Vilipendiar a los críticos con un lenguaje totalitario, caracterizándolos como la policía alimentaria, líderes de un estado niñera e incluso “fascistas alimentarios”, y acusarlos de desear despojar a la gente de sus libertades civiles.
  4. Criticar los estudios que perjudican a la industria como “ciencia basura”.
  5. Enfatizar la actividad física sobre la dieta.
  6. Indicar que no hay alimentos buenos ni malos; por lo tanto, ningún alimento o tipo de alimento (refrescos, comidas rápidas, etc.) debe ser objeto de cambio.
  7. Plantear la duda cuando surjan preocupaciones sobre la industria.

En México, diversos profesionales de la salud, en general nutriólogos pero no exclusivamente, siguen los puntos del manual, aunque adaptándolos a la realidad mexicana y a los nuevos tiempos. Aquí detallamos algunos de los casos que mejor ejemplifican los puntos del manual.

Ni buenos ni malos; tú escoges (lo que yo te recomiendo)

María Fernanda y María Verónica Molina Seguí son hermanas, nutriólogas y emprendedoras en Molinas Nutrición, establecidas en Mérida, Yucatán, desde 2012 hasta la fecha. En su página web destacan sus áreas de atención: control de peso y aumento de masa muscular; acompañamiento nutricional durante el embarazo; y elaboración de planes de alimentación personalizados para personas que viven con diabetes.

Imagen: Reproducción/Facebook

María Fernanda Molina fue co-autora del artículo “Efectos de los edulcorantes no nutritivos sobre el peso corporal y el IMC en diversos contextos clínicos: revisión sistemática y metaanálisis”, publicado en 2020 en la National Library of Medicine (la investigación fue encabezada por Hugo Laviada-Molina, cuyo caso se tratará más adelante), donde los autores escriben: “Los datos sugieren que reemplazar el azúcar con edulcorantes no nutricionales conduce a la reducción de peso, sobre todo en los participantes del estudio con sobrepeso, u obesidad, que se encuentran en un proceso de dieta no restrictiva. Esta información podría emplearse para tomar decisiones en políticas públicas que se basen en evidencias”.

En el perfil de Facebook de Molinas Nutrición, María Fernanda y María Verónica además de compartir consejos de alimentación y recetas para modificar hábitos alimenticios, en las recetas incluyen ingredientes que hacen promoción de productos industrializados, y etiquetan a la marca, es el caso de: polvos de avena Quaker, leche vegetal Silk, proteína Birdman Falcon, aceite de pescado con Omega 3 Lysi, el menú de Starbucks y snacks que recomiendan comprar en las tiendas Oxxo.

En el mismo caso se encuentra la ya mencionada Gisela Ayala, quien desde la Federación Mexicana de Diabetes recomienda productos de la farmacéutica Eli Lilly, para la cual trabajó.

Aunado a lo anterior, en la mayoría de las recetas que comparten las hermanas Molina recomiendan el uso de edulcorantes no calóricos como parte de los ingredientes para endulzar. Además, tienen publicaciones donde critican el etiquetado de advertencia que se usa en México argumentando que pueden ser confusos y agregan que “no debemos dejarnos llevar por los sellos para tomar nuestras decisiones de productos alimenticios” y aseguran: “No hay que estereotipar alimentos como ‘malos’, se trata siempre de llevar un balance e identificar la mejor calidad de los ingredientes”.

Dónde quedó la responsabilidad

La nutrióloga Daniela Flores dice que sus colegas de profesión deberían emplearse en la industria alimentaria para ayudarla a cambiar sus productos y hacerlos más saludables; es algo, dice, que la industria solo puede hacer con ayuda de nutriólogos.

Imagen: Reproducción/goula.lat

Flores también pone en práctica los puntos a) y f) del manual, como se puede ver en el relato que hace en su blog sobre una reunión que tuvo con “amigas nutriólogas” en un buffet: “Como entre la variedad de alimentos disponibles, había yogurt y cereal de caja, ellas comentaban: ‘Nada de eso, que tiene mucha azúcar…’ ¿ Cuánto es mucho, cuánto es poco, cuánto es lo ideal? Lo ideal es entender que el balance y la cantidad de los alimentos que consumimos es lo que determina los hábitos de alimentación y salud de las personas”. 

También se encuentran quienes argumentan que los alimentos industrializados son “los que están a la mano” y “las cosas que puedes encontrar en un Oxxo”, que no son tan perjudiciales y que difícilmente las personas tienen tiempo y lugar para prepararse alimentos saludables.

Otro caso notable es el de la nutrióloga Adelaida López Mercado, quien en el programa de televisión Diálogos en confianza (que transmite Canal Once de televisión abierta) ha recomendado el consumo de los edulcorantes no calóricos para las personas con diabetes y que quieren perder peso porque, argumenta, les ayuda a disminuir la cantidad de azúcar que ingieren y su consumo es seguro pues está validado por instituciones internacionales; sin embargo, promociona productos de Splenda en su perfil de Facebook “La neta de la dieta”.

Imagen: Reproducción/Facebook

Un caso similar, aunque menos evidente, es el de Miguel Limón García integrante del Aspen Institute y quien, como Jefe de Vinculación Nacional de la Secretaría de Salud federal, hizo una serie de libros de cuentos de divulgación de la alimentación saludable (11 jugadas para la salud) siguiendo el “manual Coca Cola”; es decir, privilegia el hacer ejercicio, minimiza otros aspectos y, aunque en los cuentos también se habla de tener una dieta saludable y balanceada, hace referencia sólo a los alimentos sólidos y en ningún momentos se menciona las bebidas.

Satanización y victimización

En septiembre de 2020, la industria azucarera, encabezada entonces por Juan Cortina Gallardo, actual presidente del Consejo Nacional Agropecuario, mandó correos a diversos periodistas (uno de nosotros entre ellos) donde textualmente destacaban los siguientes mensajes: 

  • La satanización al azúcar (sic) de caña con iniciativas sin sustento traerá un mayor daño al campo mexicano.
  • Industriales azucareros advierten de la gravedad y la pérdida de miles de empleos.
  • Califican como injustificados los ataques al azúcar de caña, alimento básico en la dieta de los mexicanos desde hace 500 años

En los correos se añadió una gráfica en la que muestran la caída en el consumo de azúcar granulada por habitante mientras crecen la obesidad y la diabetes; pero no se considera el azúcar que se utiliza en los alimentos procesados y ultraprocesados. Se agrega que “el proceso de sustituir azúcar de caña por otros edulcorantes, simplemente no ha resultado en beneficios a la salud de la población mexicana ni tampoco imponer impuestos a los productos naturales del campo mexicano, como lo es el azúcar de caña, mientras se exentan otros edulcorantes artificiales”.

Como se puede observar, esta línea argumental coincide con los puntos b y c del manual pero está “mexicanizada”, pues no hace énfasis en los temas de libertad personal y su invasión por parte del gobiero, más acordes con la idiosincrasia estadounidense, y añade un componente nacionalista y otro de apoyo a los trabajadores del campo.

Un caso similar es el de Carlos Salazar Lomelín, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, quien al hablar en una entrevista en aristeguinoticias.com sobre el etiquetado frontal de advertencia dice que “se habla de poner evidencias científicas; este es uno de los problemas más graves porque todas las evidencias científicas, así como encuentras una a favor encuentras una en contra y con evidencias igualmente sustentadas”. Esta declaración se puede considerar una variante del punto d) “Criticar los estudios que perjudican a la industria como ‘ciencia basura’”, aunque lo que hace es poner ambas posiciones como “igualmente sustentadas”. 

Foto: ProtoplasmaKid, CC BY-SA 4.0/Wikimedia Commons

La amplificación del problema, por ignorancia o por diseño

La periodista Carmen Aristegui no solo dejó pasar la declaración de Salazar Lomelín sin cuestionamiento en la entrevista en vivo, sino que ésta forma parte del clip editado. De la misma manera, en el programa “Mitos sobre la alimentación saludable” en Diálogos en confianza, tres nutriólogas integrantes del Consejo Latinoamericano de Información Alimentaria (CLIA) enfatizaron reiteradamente la importancia de consumir todo tipo de alimentos, pero con moderación; sobre los alimentos procesados, dijeron que no son tan malos y pueden ayudar a reducir el tiempo de preparación, y los edulcorantes son presentados como una alternativa segura para personas con diabetes o que desean perder peso. El conductor del programa en ningún momento cuestionó los dichos ni pidió sus fuentes a las invitadas.

Este tipo de errores por parte de periodistas y comunicadores son una constante y la falla sistémica en los quehaceres periodístico y científico en las que se basan las estrategias de la industria desde que las tabacaleras y Hill & Knowlton hicieron su manual. Así, unos estudios sesgados, mal hechos, apresurados y/o no revisados por pares pueden ser presentados como “igualmente válidos” que estudios hechos con rigor científico; de la misma manera, una persona con algún grado académico puede presentarse ante los medios como un experto objetivo que difunde conocimiento de manera desinteresada, aun si está financiado por la industria.

En el extremo contrario, se encuentran personas como Arturo Perea Martínez, del Instituto Nacional de Pediatría, quien al participar en la Food Technology Summit & Expo de 2012, en las conclusiones del panel “Reducción de azúcares. Acciones y propuestas para la industria” dijo que los seres humanos tenemos una programación “neurobioantropológica” para consumir lo dulce, que la genética influye en nuestro consumo de estos alimentos, por lo que propone “superar obstáculos jurídicos y científicos que limitan el uso de edulcorantes no energéticos en poblaciones altamente vulneradas”. Además, suele hablar de la importancia de “suplementar la alimentación” de los bebés sin mencionar claramente qué significa esto ni si está hablando de verduras, frutas o carnes, solo menciona sustancias químicas, como minerales o ácidos grasos. 

En la misma tendencia se puede ubicar a profesionales como Rodrigo Vázquez Frías, quien como conferenciante en el Nestlé Nutrition Institute divulga información sobre los oligosacáridos de la leche materna y su importancia para la microbiota de los bebés; si bien no menciona que Nestlé agrega algunas sustancias de este tipo en algunas de sus fórmulas lácteas, es evidente que está haciendo promoción supuestamente independiente y objetiva de la marca.

Por último, vale la pena destacar un caso con el que, como integrantes de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia (RedMPC), tuvimos contacto directo. La Asociación Internacional de Edulcorantes (ISA, por su sigla en inglés) le propuso a la RedMPC organizar un taller sobre edulcorantes para periodistas, que ellos financiarían; sería el primer contacto de ISA con América Latina. Si bien las representantes de ISA nos dijeron que teníamos plena libertad para escoger a los ponentes del taller, nos sugirieron en tres ocasiones que invitaramos a Hugo Laviada-Molina, el autor principal de la revisión de edulcorantes en que participó la ya mencionada María Fernanda Molina. 

Laviada-Molina es médico y tiene un puesto en la Universidad Marista de Mérida, pero su actividad principal no es la clínica ni la investigación sino la política, pues ha ocupado diversos cargos y candidaturas en el Partido Acción Nacional y ha tenido una intensa actividad de promoción de los edulcorantes. Por estas razones, desde la RedMPC no lo aceptamos como ponente y propusimos a dos investigadores que no parecen tener conflicto de interés; dos semanas después, ISA retiró la proposición de coorganizar y financiar el taller.

Las jugadas a la mexicana

“La duda es crucial para la ciencia; en la versión que llamamos curiosidad o escepticismo saludable, impulsa la ciencia hacia adelante; pero también hace que la ciencia sea vulnerable a la tergiversación, porque es fácil sacar las incertidumbres de contexto y crear la impresión de que todo está sin resolver. Esta fue la idea clave de la industria tabacalera: que se puede utilizar la incertidumbre científica normal para socavar el estado del conocimiento científico real”, escribieron Naomi Oreskes y Erik Conway en su libro Merchants of Doubt (Mercaderes de la duda), donde explican “cómo un puñado de científicos oscureció la verdad sobre temas desde el humo del tabaco hasta el calentamiento global”.

En el Congreso Mundial de Periodistas de Ciencia de 2019, Oreskes en su conferencia magistral señaló que el blanco de estas campañas de sembrar dudas están dirigidas a periodistas y legisladores y se confía en que no distingan la información científica real de la falsa, y en que los informadores y periodistas que cubren estos temas acepten la palabra y la autoridad de quienes se presentan como expertos, y no piden evidencias ni estudios que soporten las declaraciones. 

Los expertos en nuestra lista, seleccionados primordialmente por su oposición a la medida del etiquetado frontal de alimentos, defienden la participación de la industria siguiendo el manual que evidenciaron Brownell y Warner, mismo que actualizan y mexicanizan. Hemos sintetizado la forma en que lo hacen estos puntos:

  1. Más que apelar a la libertad personal y a la invasión gubernamental se utilizan narrativas más acordes a la idiosincrasia nacional o latinoamericana;
  2. Se evita hablar de la obesidad como un problema multifactorial en el que, se ha demostrado, los alimentos ultraprocesados tienen una contribución;
  3. No se mencionan los aspectos psicológicos, adictivos o de acostumbramiento y se trata el tema como si fuera meramente biomédico y de enfermedades, tampoco se menciona las posibles afectaciones en los niveles de insulina;
  4. Se maneja la idea de que la industria prioriza la salud del consumidor y que, por un lado, introduce productos supuestamente más saludables y, por otro, organiza y financia encuentros (congresos, conferencias) sobre temas de nutrición aparentemente no relacionados con la marca, y
  5. Se normaliza el financiamiento de estudios supuestamente científicos por parte de la industria así como su participación en la creación y modificación en políticas públicas.

Es necesario destacar el punto e) como el que quizá más poder da al uso del manual. En el artículo “Pandemias y ganancias: prevención de los efectos dañinos de las industrias del tabaco, el alcohol y los alimentos y bebidas ultraprocesados”, publicado en 2013 en The Lancet, Rob Moodie y colaboradores evaluaron la efectividad de la autorregulación, las asociaciones público-privadas y los modelos de interacción de regulación pública en esas tres industrias y concluyeron “que las industrias de productos no saludables no deberían tener papel alguno en la formación de políticas nacionales o internacionales de enfermedades no transmisibles”. 

Esta conclusión no es una sentencia moral, pues está basada en el principio precautorio y en que “no hay evidencia de que la asociación de las industrias de bebidas y alimentos ultraprocesados sea segura o efectiva, a menos que sea impulsada por la amenaza de la regulación gubernamental”. De la misma manera, tampoco hay evidencia de que los estudios financiados por la industria en temas que son de su interés sean en realidad objetivos.

En México, no sólo se negocian con la industria las políticas públicas; sino que, hasta ahora, la regulación gubernamental ha sido laxa, sobre todo en su aplicación, e incluso desde el gobierno, con el sistema Pegasus, se ha espiado telefónicamente a quienes en 2017 buscaban promover el impuesto a las bebidas azucaradas, como Simón Barquera y Alejandro Calvillo. 

En su artículo, Brownell y Warner expresan su esperanza de que la historia de los alimentos se escribiera de manera diferente a la de la industria tabacalera. Hasta ahora ha sucedido lo contrario, y México da muestras de que así seguirá.

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