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Editorial

Evangelismo y Covid: el combo del fin del mundo

por Soledad Barruti
Foto: Funai
Publicado el 7 diciembre 2020

La religión ha sido desde la conquista un arma de destrucción masiva de pueblos y territorios. Hoy en Brasil llega de la mano del evangelismo, en plena pandemia por Covid-19. Son cientos de pueblos que enfrentan la opresión, la conversión y la adopción de formas de vida – con alimentos, indumentaria y prácticas  que nada tienen que ver con las que hacen posible la vida en montes y selvas.

En los últimos años nuestros territorios han visto un despliegue atroz de la maquinaria de destrucción masiva que se necesita para sostener una economía basada en siempre abrir más campos, construir más corrales, producir más minas, generar más pozos de petróleo y hacerse de nuevos consumidores. Agronegocio: así se llama.

Es una ideología y una praxis, un modo de hacer dinero sobre lo que está vivo que consiste en matar. Pero que permite fabricar comidas adictivas y cosas que distraen y entonces como si no acarreara tamaña violencia, avanza. A pesar de los estudios científicos que muestran que nos estamos abismando hacia un camino de extinciones sin retorno, que el colapso es inminente, que no hay futuro posible, avanza. A pesar del sufrimiento, del dolor, de la infelicidad que detona en cárceles y hospitales estallados, avanza.

2020 tuvo un hilo conductor devastador con 2019, y con lo que venía de antes también: el fuego. Durante días que fueron meses que ya son años, selvas y bosques de América Latina ardieron hasta volverse toneladas de cenizas surgidas de los cuerpos de animales y plantas que construían mundos que ya no existen más. 

Mundos en donde por supuesto había, hay, personas.

Personas que padecieron el fuego que no encendieron, las topadoras que tantas veces les pasan por encima, los cultivos envenenados y la oferta de comida chatarra que llega con este supuesto progreso, con el falso desarrollo, cada tanto con las biblias que ahora están en manos de evangélicos que imponen rezos mientras escupen enfermedades como Covid-19.

La colonialidad del poder muestra 500 años después de Colón y sus calaveras una cara más bizarra pero aún más letal. Un genocidio de trajes de polyester y demonios de carnaval, canales de televisión y millonarios de un día para el otro, funcionarios de gobiernos monstruosos y ceremonias con barbijos que llegan oportunamente tarde, cuando el virus ya alcanzó a ancianos, mujeres y bebés en los confines más hondos de Amazonas.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL) en esta región hay al menos 45 millones de indígenas de distintos pueblos, distribuidos entre ciudades y áreas rurales, algunas de ellas aun no contactadas por esta, nuestra civilización a la que ¿cómo llamamos?

Elegí la definición que más te represente. La civilización moderna. La desarrollista. La capitalista. La del antropoceno, o la del androceno. La de la colonia, la de la Inquisición, o la de la supremacía blanca. La que, como dice la antropóloga Rita Segato, no tiene receptores para la crueldad, ni ve más allá de la episteme que la gobierna: incapaz de valorar más que saberes, cuerpos y paisajes blancos. La civilización que niega otras y demuestra que no puede compartir el mundo con ninguna especie más, mientras lo extingue todo como si fuera un meteorito. La civilización suicida. La empastillada, la alienada, la farmacopornográfica, como la llama Paul Preciado. La de la narco y necro política. La que no puede habitar los territorios sin romperlos. La que se amontona en supermercados mientras hay que guardar distancia física para llenarse de cosas que deterioran sus cuerpos cuando más los necesitan fuertes. La que va a dejar huesos de pollo industrial en las capas geológicas de la tierra, junto con residuos de radiación y plástico. La que ve a los pueblos indígenas como no desarrollados y salvajes. La que mientras avanza así como avanza está masacrando en esos cuerpos y culturas y territorios la que tal vez sea su única salvación: la llave de salida que guardan los –en palabras del antropólogo Eduardo Viveiros de Castro- expertos en fin del mundo.

Los reportajes que leerán a continuación son los más tristes y urgentes que publicamos hasta ahora. Hablan de religión, de opresión y de barbarie. Y entonces parecieran no hablar de lo que hablamos con frecuencia, de sistemas alimentarios. Pero sí, estamos hablando también de eso. De una matriz devoradora que engulle el pasado y el presente para vomitar un futuro breve, pero, antes, peor.